lunes, 16 de abril de 2012

Mujeres Desempleadas - CAPITULO 2 : El anónimo


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Recuerdo aquel amanecer especialmente negruzco, casi descolorido, como si el día no quisiese comenzar, como si mi cuerpo se negase a ponerse en marcha.

La mañana antes de ser asesinada no fue como tantas otras. Ese lunes no vi el programa de Ana Rosa, ni tuve ánimos para ver mujeres, hombres y viceversa, ese lunes para la hora en que empezaba sálvame yo estaba que me moría. Me moría de los nervios.

De buena mañana alguien golpeó tres veces a la puerta del piso. Lo recuerdo porque cuando sucedió me estaba haciendo los rabillos del ojo con mi eye-liner y el sobresalto hizo que se me escapase quedándome con un ridículo aspecto a lo Cleopatra. Para cuando llegué a la puerta allí ya no había nadie, tan solo un rollo de papel de water. Miré a un lado y a otro del rellano pero allí no había absolutamente nadie, nada, tan solo aquel rollo. Como los tiempos son los que son, y yo tenía el dinero que tenia, lo cogí. Lo interpreté como un extraño regalo de alguno de los vecinos. Volví al cuarto de baño y allí se quedó.

Como el resto de mañanas me preparé un café mientras me echaba un piti y observé los bastos terrenos extrarradiales que se extendían más allá de aquel destartalado bloque. Dejé volar mi imaginación y por un segundo escapé de allí, viaje a otra parte, a un lugar donde todo fuese más fácil, un lugar donde no fuese una muerta de hambre.

De repente un retortijón interrumpió mi momento trascendental y corrí hasta el baño para dejar caer los buñuelos de viento. Estando sentada en la fría taza señor roca caí en la cuenta de que no me quedaba papel de water. Fue entonces cuando de todo corazón agradecí aquel extraño regalo. Cogí el royo y estiré del papel, se notaba que era bueno, no como el que yo solía comprar en los chinos, limpiarme con él sería gloria, no debería preocuparme por mis almorranas.

Y entonces pasó lo peor del mundo; Descubrí que alguien me había dejado un mensaje en la cara interior del royo de papel, estiré poco a poco y la leí. La nota decía así:

“Sé lo que has hecho, me dan nauseas, y lo voy a contar…”

La verdad es que lo primero que pensé es que cagar, caga todo el mundo. Sobretodo si era eso a lo que se estaba refiriendo y máxime cuando el anónimo venía en un royo de papel de water. ¿Cuándo se pensaba quien me lo dejó que me lo leería? ¿Quién me conocía tanto como para saber que esa era la hora en la que me entraba el apretón? ¿Quién podía preveer que yo vería exactamente en ese momento la nota?

“… si quieres que no lo cuente preséntate esta tarde cuando caiga el sol en el algarrobo, junto al río.”

De pronto la sangre se me heló. Bien pensado, creo que ese fue el momento en que me pegaron la primera puñalada, el primer estoque que me llegó directo al alma. Me levanté de la taza, me subí el tanga y me puso uno de mis mejores chandals, salí del cuarto de baño y me dediqué a fumar viendo pasar las horas hasta que llegó el momento de acudir a la cita. ¿Sabéis que fue lo que más me cabreó de aquella nota amenazante? Lo que venía después de la P.D.

“P.D: Péinate payasa”

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