Susana estaba viendo como Mila Ximenez y Lidia Lozano se peleaban en el
programa Sálvame cuando recibió la llamada de la policía diciéndole que al fin
su marido había aparecido.
Fue exactamente hace seis meses, justamente un mes antes de morirme, eran
sobre las 19.00 de la tarde de un día lluvioso.
En primera instancia sintió alegría, pues inexplicablemente ella le quería
pese a las palizas que le había propinado durantes. Se preguntó donde narices
había estado metido todo aquel tiempo y en que estado lo habrían encontrado.
No era la primera vez que desaparecía del domicilio. Pero si que era la
primera vez que la cosa se alargaba tanto.
Manuel era un bebedor empedernido, un adicto a las tragaperras y un yonqui
acabado. Una laja, si señor, pero Susana contra todo pronostico lo amaba.
Por eso cuando la policía le dijo que pasase por la morgue a identificar su
cuerpo el mundo se le vino al suelo. Colgó y se echó a llorar. Incluso antes de
haber verificado que estaba muerto algo en su interior ya le indicaba que si,
que aquel cuerpo era el de Manuel. Recuerdo que acto seguido me vino a buscar y
juntas fuimos al anatómico-forense a identificar el cuerpo del difunto.
El lugar era siniestro; Mucho más que las morgues que salen en las
películas. El toque de realidad elevaba a la enésima aquel sitio en la escala
de lo escalofriante. La impresión que me produjo ver el cuerpo hinchado y medio
descompuesto de Manuel hizo que se me revolviese el estomago y vomité.
Susana que estaba junto a mi se limitó a decir: “Si, es él.”. Acto seguido
se desmayó.
Al volver al bloque la acompañé a su piso y me aseguré de que se acostase.
Lo que necesitaba era dormir; Dormir e intentar olvidar lo sucedido. Debía
borrar la imagen de Manuel con un pie puesto en el otro barrio ya que pensar en
eso no la ayudaría en absoluto. Ahora debía pensar en ella. Única y
exclusivamente en su persona; Ni en sus hijos, ni en sus padres, ni en su
difunto marido… Había llegado el momento de vivir.
Al menos eso es lo que pensaba yo. Claro que por aquel entonces también
creía que llegaría a ser famosa y ya me veis. Muerta y podrida, como Manuel.
Pensar en aquello me entristeció. No por mí, sino por mis amigas. ¿Qué
culpa tenían ellas de que yo hubiese hecho lo que hice? ¿Por qué narices le
tuve que explicar a Bib mi secreto? ¿Ahora ella estaba en peligro? ¿La persona
que me había asesinado sabía que Bib estaba al corriente de mi error?
Tantísimas preguntas me aturdieron. Tanto que no me percaté de que la luz
de mi piso se había encendido, alguien había entrado en él. Floté lo más rápido
que pude a través del patio de luces y al llegar a la altura de la ventana de
la cocina me concentré para atravesar el muro.
Fue una sensación extraña. Hasta ahora no lo había hecho pero algo en mi
interior me guió. Fue como si tuviese claro que en aquel estado fantasmal podía
hacerlo. Al atravesar el muro me quedé con todo el “cuerpo” dormido, atontada,
aturdida. Tardé unos minutos en recobrarlo. Lo suficiente como para que el
intruso/a se marchase. Allí ya no había nadie, solo un desorden generalizado.
El intruso/a había estado revolviéndolo todo, buscando vete tu a saber qué.
Floté hasta el cuarto de baño y una vez allí incrusté la cabeza contra la
mochila del wc. A continuación respiré profundamente. Allí estaba, nadie lo
había encontrado. La confesión escrita de todos mis secretos permanecía todavía
allí. Por ahora nadie más salvo Bib y la persona que me asesinó sabría que yo
maté a Manuel.
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