Escrito por VIRGINIA GUZMÁN
El género de la novela romántica moderna vivió un auténtico boom a
raíz del éxito de Bridget Jones, especialmente en el mercado anglosajón,
donde se le denomina chick lit. Frente a las historias ya muy
desfasadas que copaban las estanterías en las últimas décadas,
comenzaron a surgir otras con heroínas más modernas, nada desvalidas y
con vidas más o menos cool en grandes urbes como Nueva York o
Londres y el género ha mantenido su buena salud especialmente en EEUU e
Inglaterra, ya que no muchos de esos títulos han llegado a las librerías
españolas.
Pero la saturación provoca un efecto no deseado: la pérdida de calidad. No todo el chick lit
pasa el corte mínimo y no han sido muchas las escritoras (pocos hombres
se han animado con el género) que se han coronado como reinas de la
novela romántica. Entre las pocas que sí se pueden poner el título están
Candance Bushnell, autora de Sexo en Nueva York, Lauren Weisberger, que escribió la exitosa El diablo viste de Prada
(después trasladada al cine) o Sophie Kinsella, creadora de la saga de
la adicta a las compras, también llevada a la gran pantalla con el
título de Confesiones de una adicta a las compras. Precisamente
de Kinsella se publica ahora en España, de la mano de la editorial
Salamandra, la última entrega de las andanzas de Becky, que en esta
ocasión llega de la mano de su pequeña hija, también, cómo no, muy
aficionada a eso de comprar. Para no variar, la protagonista se vuelve a
meter en líos, vuelve a gastar mucho, a tener malentendidos con su
adorable y casi perfecto marido, Luke, y a llegar al final feliz… No
puede ser de otra manera en este género. Aunque eso es, precisamente, lo
que buscan las lectoras de estas novelas, la seguridad de un rato
distendido con happy ending, sin complicaciones y con el amor como elemento omnipresente y si es siguiendo el canon establecido por Jane Austen en Orgullo y prejuicio, pues mucho mejor.
La diferencia, así, cuando se trata de leer chick lit sólo
la pone la calidad de quien escribe. Y Kinsella sabe hacerlo, dentro de
los canones establecidos. Es decir, no esperen una prosa compleja, pero
sí una escritura bien hilada y bien usada; no esperen drama final ni
llantos, sino más bien una epifanía sentimental. La escritora huye de
los toques pastelosos y de las heroínas desvalidas y construye
personajes de carne y hueso, con defectos bien visibles (sobre todo en
los imprescindibles malos/as de la película), y tramas previsibles pero
de buen trazo. En definitiva, literatura de entretenimiento, de huida de
la realidad. Y eso a veces se agradece.
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