No hay nada como leer historias de cama para aumentar la libido, darnos ideas, ayudarnos a exorcizar fantasmas o cambiar por completo nuestra vida sexual.
escrito por RITA ABUNDANCIA
Las palabras son agentes muy poderosos que habría que tomar siempre bajo prescripción médica, y esto es especialmente aplicable al terreno de la literatura erótica. A lo largo de la historia, los libros que narraron experiencias sexuales fueron siempre los más perseguidos y denostados, formaron parte de listas negras para asegurarse de que no estuvieran al alcance de las mentes inocentes y, a veces, llevaron a sus autores a la ruina, el ostracismo o la cárcel. ¿Alguien duda todavía del poder de las palabras?
Sin viajar muy lejos en el tiempo, la colección de literatura erótica, La Sonrisa Vertical, que este año reedita algunos de sus títulos bajo un nuevo formato, supuso todo un acontecimiento en la España de la Transición, cuando apareció en 1977 de la mano del cineasta Carlos García Berlanga y la editora Beatriz de Moura. Ésta comentaba no hace mucho al programa 'El Intermedio' que “estos libros cumplían una función porque el sexo es muy descubridor y bueno para deshacerse de fantasmas”. Siguiendo con la labor social que muchas veces este género literario ha tenido que desempeñar, la escritora Almudena Grandes, hablaba el pasado año en Quito, durante su participación en una feria literaria, del “impulso emancipador de Las edades de Lulú ( Tusquets, 1989) y otras novelas eróticas escritas por mujeres en los años ochenta, cuando se trataba de afianzar la revolución feminista y la posición de las mujeres en todos los campos de la sociedad". Grandes señaló que su libro “nació en un momento histórico en que la literatura erótica era casi clandestina y era una literatura de resistencia, no asumida por el gran canon literario”.
Recientemente
50 sombras de Grey (Grijalbo,2012) también provocó sus
efectos secundarios, a pesar de tener un valor literario muy mediocre y ser criticado por muchos. Literatura descafeinada para tiempos descafeinados, aunque también están los que defienden
la labor didáctica que este libro ha ejercido en la vida sexual de muchas mujeres, sus principales lectoras. Según un informe que elaboró la consultora TNS en España, el 60% de las encuestadas afirmó haber aprendido cosas nuevas, para el 35% hubo un antes y un después en su vida erótica, el 33% aumentó la frecuencia de sus relaciones, el 44% probó posturas nuevas y el 29% empezó a utilizar algún juguete sexual.
Lo que está claro es que el erotismo y el calentamiento corporal empiezan siempre por la cabeza y que el cerebro es nuestra zona erógena por excelencia. Leer es uno de los mejores ejercicios para erotizar la mente porque induce a la formación de imágenes, recreación de situaciones y ayuda a fantasear con la realidad.
Recientemente se ha descubierto que leer libros subidos de tono puede ser la mejor terapia para evitar el deterioro cognitivo que, inevitablemente, llega con los años. El psiquiatra Rafael Alarcón, coordinador de la sección de Gerontopsiquiatría de la Asociación Psiquiátrica de América Latina (APAL), comentó en el V Congreso Panamericano de Gerontología y Geriatría, que la lectura de textos eróticos tiene la capacidad de despertar emociones. “Para eso, se utilizan funciones intelectuales como la memoria, la atención, la concentración, la capacidad de pensamiento simbólico y la imaginación. Se da lo que en ciencia llamamos neurogénesis y plasticidad neuronal del cerebro, algo que comprobamos con estudios por imágenes. A través de la lectura, los mayores se dan cuenta de que siguen existiendo, sintiendo y deseando”, explicó Alarcón.
Este especialista cita cinco razones poderosas para que la tercera edad se aficione a este género literario, más que a los sudokus, ya que estimula los sentidos y mantiene las reacciones corporales, activa las funciones cognitivas y evita su deterioro y contribuye a que los abuelos estén más motivados con la existencia y acepten la muerte. Rafael Alarcón y su equipo realizan talleres de lectura para personas mayores, a las que evalúan antes y después. Según cuenta este especialista al diario argentino La Nación, "tras un año con El marqués de Sade, Anaïs Nin o El Decamerón de Boccaccio, las personas mayores están más activas y el avance se da en todas las capacidades evaluadas: atención, concentración, memoria a corto plazo, abstracción, ideación, simbolismo, fantasía, capacidad de análisis, razonamiento, fluidez verbal y funciones ejecutivas. Además, se deprimen menos, sienten menos ansiedad y necesitan menos medicamentos".
Pero no hay que esperar a jubilarse para poder experimentar en carne propia los beneficios de leer cuentos de cama. Los terapeutas sexuales hace tiempo que utilizan esta sección de la biblioteca para tratar a sus pacientes. Santiago Frago, sexólogo y codirector del Instituto Amaltea de Zaragoza, centro especializado en sexología, apunta que “leer relatos eróticos puede ser muy útil cuando queremos movilizar el deseo erótico. El problema no es solo que no se tenga deseo, sino que muchas veces está hipotecado. Es decir, está sujeto a unas normas, sobrevalorado o no le permitimos pasar épocas en las que se encuentre de vacaciones. Como en todo, hay que dedicar tiempo al deseo si queremos cultivarlo, y la literatura erótica puede ser una herramienta para ello, especialmente para las mujeres que tienen un erotismo más elaborado.Aunque también avisamos, que, como en el cine, las novelas eróticas son en cierta medida novelas de ciencia ficción, polvos mágicos, para que la gente no empiece a compararlas con su vida y crea que es defectuoso o que no está a la altura”
Cuando los hombres contaban sus batallitas en la barra del bar, con el beneplácito de la audiencia, éstas tenían también su función didáctica para los más jóvenes e inexpertos. Sin embargo, las mujeres nunca pudieron alardear de sus hazañas en la cama. No estaba bien visto. Tal vez por eso se aficionaron a la literatura erótica, género en el que son las principales lectoras, junto con el de ficción. La respuesta a la pregunta de por qué los hombres no son tan forofos de este tipo de libros quizá se deba, según Santiago Frago, “a que a ellos no les gusta hablar de sexo en serio en privado, tal vez porque les hace más vulnerables. Yo veo que los hombres animan a sus parejas a que lean este tipo de literatura, incluso muchos se la compran, para luego ellos disfrutar de los beneficios colaterales. También están los que todavía ven a este género como muy cercano, casi en la frontera, con la literatura romántica o rosa, y no les gusta que se les asocie con estos gustos”.
Mayra Montero, periodista y escritora cubana, residente en Puerto Rico, fue finalista del XIII Premio de La Sonrisa Vertical en 1991 con La última noche que pasé contigo(Tusquets) y ganadora de la XXII edición del mismo premio en 2000 con Púrpura Profundo (Tusquets). Montero cree que los hombres alérgicos a este género “reaccionan así por inseguridad, por miedo a enfrentarse a un mundo que les resulta retador, que a lo mejor ellos consideran que les representa un desafío, tanto a un nivel físico como intelectual. Conste que no me gusta generalizar. Dentro de todo, hay hombres que leen y disfrutan la literatura erótica. Recuerdo una anécdota curiosa cuando escribí La última noche que pasé contigo. Yo trabajaba en una agencia de publicidad, y se la regalé a uno de los dueños, que era un hombre culto y con bastante calle. Su único comentario después de leerla fue: ¡Muchacha, menos mal que no se la dedicaste a nadie!”.
Montero sostiene que hoy en día el género literario que ella cultiva es todavía uno de los más trasgresores. “Hay mucha hipocresía, mucha doble moral. Rasgarnos las vestiduras es lo más saludable que podemos hacer respecto a los temas eróticos. Pero no ocurre solo en la literatura, cualquier cosa que huela a sexo puede desencadenar la censura, como las letras de René Pérez, de Calle 13, entre el reggaeton y el rap. Todavía hoy, a René lo censuran en las emisoras de radio”.
La historia de la literatura erótica es la historia de la censura o de cómo escapar a ella, no ya sólo por cuestiones sexuales, sino porque muchos autores utilizaban sus libros para denunciar otros muchos aspectos de la sociedad en la que vivieron. Sí, sexo y denuncia fueron muchas veces de la mano. El amante de Lady Chaterley (1928) era transgresora pero no sólo por sus explícitas escenas de cama, sino porque su autor, D.H. Lawrence, aprovechaba la ocasión para hablar del choque de clases sociales o de la emancipación de la mujer. Sería difícil adivinar si lo que más chocaba a la sociedad puritana de entonces era que Constance Chaterley le pusiera los cuernos a su marido o que lo hiciera con un simple guardabosques. Henry Miller, quien dijo en una ocasión que “el sexo es una de las nueve razones para la reencarnación. Las otras ocho no son importantes”, compartió con Lawrence su afán por poner el dedo en las zonas erógenas, al mismo tiempo que en la llaga, lo que le valió durante años, engrosar las listas de libros prohibidos de las universidades y colegios.
Para acabar con algo que deja patente el enorme poder de las letras prohibidas lean ustedes mismos el comentario de un lector al último de mis artículos: “Srta. Rita, es usted un reflejo de la sociedad abyecta en la que vive, que sólo piensa en la búsqueda de placer sexual y sensorial a toda costa. Deje ya de intentar hipersexualizar a las masas expuestas a este diario, por favor. La vida no es sólo sexo, y todas las desviadas conductas de las que usted hace apología no sirven sino de lubricante para que la gente pierda los valores y se consiga ese desorden psicológico que tanto buscan los dueños de este periódico y sus amigos en las logias”. Señor Boris, es usted un adulador. Reconozco que tengo algunos fans, pero usted sobredimensiona el poder de estos humildes articulillos. Atentamente suya.