Había
sido difícil pero el momento había llegado. Tan sólo unas pocas horas separaban
a la chica invisible de la plena felicidad de ser madre. Habían sido unos meses
muy duros, concretamente nueve. El encarcelamiento del padre de la criatura por
la quema de fotos del rey de España había sido un golpe duro pero lo había
superado.
Una
nueva vida comenzaba para ella también; una etapa en la que más que nunca
debería demostrar el tipo de mujer en el que se había convertido a causa de los
golpes que la vida le había propinado.
Estaba
en un after-hours tomando un zumo de piña con algo más cuando la gran tromba de
agua se desató. Por suerte Gordinaria estaba allí para ayudarla. Raudas y
veloces, ambas corrieron hasta el hospital más cercano. La chica bomba estaba
en camino.
La
primera cachorrita estaba a punto de nacer.
Al
llegar a urgencias todos los médicos agradecieron la buena predisposición de la
embarazada a dar a luz; las enfermeras comentaron que era todo un detalle
llegar completamente depilada y con el asunto prácticamente al aire.
Esto
último era debido a que la cabeza de la niña había comenzado a salir, y como la
falda era corta se había subido unos centímetros por encima de la raja de la
vida haciendo así la llegada inminente. Además, se había dado la casualidad de
que la mujer invisible tenía suficiente zumo de piña en sangre como para
anestesiar a una ballena y aquello le ahorraría el pinchazo de la epidural que
tanto le preocupaba.
Entre
la conciencia y la inconsciencia, sabía que aquella había sido su última
aventura canina; a partir de aquel momento debía ser un madre sería y
responsable. Se habían acabado las noches de juergas, el conocer y conocer
chicos y el beber zumos de piña sin freno; debía ser un ejemplo para su bebé.
El
parto duró tres horas. Mientras, en la sala de espera, estaban Bomba y
Gordinaria esperando ansiosas. La primera recordaba amargamente el lugar debido
a que meses antes se intoxicó y perdió a su bebé siendo hospitalizada allí.
El
lugar, la tensión del momento, los malos recuerdos y la creciente frustración;
le provocó una crisis, una locura mental transitoria. De repente pensó con
compulsión que todo tenía que ser perfecto, todo debía estar en su sitio.
Por
ello acto seguido de su bolso sacó un trapo y se dedicó a abrillantar el suelo.
Atónita, Gordinaria preguntó a la joven que qué era lo que le estaba sucediendo;
ella contestó que se tranquilizase, que ahora se encargaría de ella de todo.
Pero… ¿Qué era todo?
Tras
abrillantar las ventanas con un producto químico que también llevaba en su
bolso, sacó una maquinilla de afeitar y un desodorante y se puso manos a la
obra. Agarró a Gordinaria y en un momento la pasó por el improvisado
departamento de chapa y pintura. La dejó depilada, maquillada y perfumada para
así dar la bienvenida a la hija de su amiga. ¿Raro, verdad?
Algunos
minutos más tarde, la puerta del paritorio se abrió y de ella salió la mujer invisible
con su niña en brazos; a penas la pudieron ver. Siguiendo las indicaciones del
médico fueron hasta la habitación de su amiga, y una vez allí comprobaron que
Invisible estaba bien, sostenía en brazos a su hija, Cerecita.
La
pequeña era una criatura adorablemente bella; tenía un pequeño capricho en su
hombro derecho, algo curioso, un detalle que inspiró su nombre, un pequita en
forma de cereza.
Mientras
Gordinaria animaba a su amiga diciéndole que dentro de poco podría lucir tipito
de nuevo en la playa, Bomba observaba a la pequeña con notable ansiedad.
Deseaba tenerla, aquella pequeña criatura tenía que ser suya.
Acto
seguido, mediante una excusa razonable, Bomba salió de la habitación en busca
de un vaso de agua para la mamá. Pero en realidad lo que había ido a buscar era
un disfraz para raptar a la pequeña.
En
una de las salas encontró ropajes de sanitario y con ellos se atavió para así
llevar a cabo su maléfico plan. Con el gorro de quirófano y con la mascarilla,
era imposible que la reconociesen. Aquel era el atuendo perfecto para llevar a
cabo su fechoría, no cabía duda.
Como
Bomba era una petarda acabada; había estado durante semanas estudiando la serie
de televisión “Urgencias” para así adquirir cierta credibilidad en su intento.
Aunque aquel plan tenía una pequeña laguna, ¿Cómo se llevaría a la niña sin que
le preguntasen nada? ¿Cómo disimularía su voz para que no la reconociesen? Pues
bien, como ya he comentado anteriormente, Bomba era sumamente tonta y creyó que
lo más convincente sería fingir una afección en la cuerdas vocales y simular
que tenía un implante robótico para articular el habla. Por ello pensó que
grabar una voz digital en su móvil dando explicaciones de por qué se llevaba a
la niña serían suficientes.
Más
tarde, de nuevo en la habitación; ni Gordinaria ni Invisible estaban demasiado al
caso tras su última noche de juerga y aceptaron gratamente que aquella
estrambótica doctora se llevase a la criatura. Sin sospecha alguna, de haber
tenido suficiente cerebro entre las dos probablemente aquello las hubiese
escamado, pero no fue así.
Pasado
el rato, coincidiendo con la llegada de Meira, la nueva amiga de Invisible, comenzaron
los nervios.
La
madre, desesperada, presionó el botón de asistencia y una enfermera llegó
rápidamente. Fue entonces cuando se confirmó que nadie del hospital había
recogido al bebé en aquella habitación.
Así
fue como comenzó la pesadilla de Invisible: Alguien había secuestrado a su
hija.
De repente la puerta de la habitación se abrió, apareciendo de nuevo Bomba. Sólo que ahora no era Bomba, era una versión transformada de si misma; la viva estampa de una militante pepera.
De repente la puerta de la habitación se abrió, apareciendo de nuevo Bomba. Sólo que ahora no era Bomba, era una versión transformada de si misma; la viva estampa de una militante pepera.
La
muy loca se había calzado un traje chaqueta blanco, unas perlas blanco nuclear
y llevaba colgado del brazo un gran bolso Louis Vuitton. Seguidamente preguntó:
-
¿Qué sucede? –añadiendo rápidamente- Parece que alguien haya muerto.
-
Tía, alguien ha secuestrado a Cerecita –explicó Gordinaria tremendamente
preocupada.
A continuación un silencio opresivo e inaguantable se hizo con la habitación. Invisible no daba crédito a lo que estaba sucediendo y Gordinaria no podía creer lo que sus ojos estaban viendo, a su vez Meira aún no acababa de encajar lo que le habían explicado. La única que conservaba una pasmosa y anormal calma era Bomba; tal era su tranquilidad que al recibir la noticia dijo:
A continuación un silencio opresivo e inaguantable se hizo con la habitación. Invisible no daba crédito a lo que estaba sucediendo y Gordinaria no podía creer lo que sus ojos estaban viendo, a su vez Meira aún no acababa de encajar lo que le habían explicado. La única que conservaba una pasmosa y anormal calma era Bomba; tal era su tranquilidad que al recibir la noticia dijo:
-
¡Oh, Dios mío! Menos mal que se me ha ocurrido traer una cesta de magdalenas
–dijo sacando de su bolso una cesta de repostería casera- Las penas se afrontan
mejor con azúcar… Para ti Invisible, y en honor a tu hija ten… -dijo
ofreciéndole una coronita- Al menos se le parece en el nombre, y el tamaño más
o menos es el mismo… además… si la hubieses tenido durante un ratillo más,
también hubiese echado liquido amarillo con el de la botella- explicó riendo- Y
ahora, si me permitís, necesito adecentar esta leonera.
Concluyó
sacando de su bolso un arsenal de productos de limpieza para desinfectar la
habitación y sacar brillo a fondo a todo aquel oscuro asunto.
A
fin de cuentas ella no estaba nada preocupada, es lógico, pensó mientras
abrillantaba los cristales mientras las otras la observaban alucinadas. ¿Con
quién estaría mejor Cerecita con su tita Bomba?
Además,
sabía que aquella historia acabaría bien; sólo necesitaba un poco de tiempo. Nueve
meses le bastarían para hacerse con una nena como la de su amiga Invisible y
entonces se la devolvería; aquel sólo era un préstamo, nada de decir que era un
secuestro. Durante años ella le había prestado cosas a su amiga… ¿No era justo
que ahora ella hiciese lo mismo?