CAPITULO DOS – MELODIA
DE OMISIÓN
La
chica bomba rompió con todo. Cambió de vida radicalmente. Obtuvo su felicidad.
Obviamente la felicidad es muy relativa y siempre se mide por el rasero propio.
Las escalas de valores cambian y las preferencias por las cosas también. Y por
ello se inmoló.
Es bien
cierto que en ocasiones en la vida hay que romper con todo. Dar al traste con
lo antiguo y darse en volandas a lo desconocido. Dicho y hecho. Con facilidad y
sin remordimiento abandonó a los suyos en post de un mañana mejor.
Conoció
al que nosotros cariñosamente apodaremos chico radioactivo, pues sus largas
temporadas en Txernobyl le infectaron con el síndrome de los círculos en el
maíz, pero en su caso en medio de la cabeza. Era evidente que era su pareja
perfecta. Tamaño, inteligencia, valores, sensibilidad, etc… Incluso en lo
atormentado y oscuro de su ser.
El
dolor es una llave, una perversa forma de jugar con la mente y el chico toxico
conocedor de esto y de otros muchos oscuros trucos practicaba constantemente el
arte del sadomasoquismo consigo mismo intentando escapar de la realidad que tan
pequeño e insignificante le hacía. Una y otra vez se repetía: “A veces la
realidad es tan abrumadora que solo provocándonos un profundo dolor podemos
evadir los extraños sentimientos y sensaciones que evocan de nosotros derivados
del hacer de los demás” Gritaba en noches de luna llena al son de su sangriento
concierto de violín
Se
dieron amor mutuo. Se procuraron cariño. Y lo más importante… la apoyó en su
paso decisivo para romper con su pasado. Lo que el chico toxico no sabía es que
la mujer bomba tenía un gusto desmedido por lo ajeno. Siempre fue y será una
insatisfecha crónica…. Y puede más la lujuria en su vida que la propia palabra
de amistad o de amor que pueda jurar.
Cual ewook acervatillado practicante del canon estético franciscano el chico toxico claudico. Acepto en silencio la situación y desvió la mirada. Se fundió una vez más en una profunda sonata violenta y desesperada que dejó huella en él para siempre. Jamás olvidaría lo que sucedió. Jamás sería capaz de ponerse unos pantalones en aquella relación. Nunca perdonaría a la chica Invisible por divulgar ese tan conflictivo y vergonzoso secreto…
Cual ewook acervatillado practicante del canon estético franciscano el chico toxico claudico. Acepto en silencio la situación y desvió la mirada. Se fundió una vez más en una profunda sonata violenta y desesperada que dejó huella en él para siempre. Jamás olvidaría lo que sucedió. Jamás sería capaz de ponerse unos pantalones en aquella relación. Nunca perdonaría a la chica Invisible por divulgar ese tan conflictivo y vergonzoso secreto…
CAPITULO
TRES – NOCHE DE LOBAS
Hoy ahondaremos en la
vida de Gordinaria, gran valquiria vikinga amiga de la mujer invisible y la
chica bomba. Nació de una flatulencia, de ahí su aspecto de pedorra. Gordinaria
vio mundo. Gracias a ello aprendió muchas cosas. Se empapo de un saboir faire
peculiar. En seguida aprendió un estilo de vida que la distinguía de las demás
féminas. Decidió no depilarse las axilas.
Había sido concebida por
culpa de la ingesta de una lata de fabada en mal estado. Entre un olor
nauseabundo y un tremendo esfuerzo su madre la trajo a este mundo de manera
imprevista en el callejón de la parte trasera de una parroquia. Si conocerse
bien el porqué la abandonó en un cubo de basura próximo a la puerta trasera del
edificio. Los llantos desesperados de tan pobre criatura atrajeron al cura que
la rescató de tan pestilente espacio.
El padre ciruelo, enjuto
y alto, la crió en la fe. Grabó a fuego en su piel los valores Cristianos y la
educó como si fuese su hija. Aquella férrea disciplina religiosa no hizo más
que alimentar sus ansias de pecado y cuando la joven cumplió la mayoría de edad
abandonó su sagrado hogar en busca de experiencias.
Gordinaria ya había
hecho sus pinitos con el vino de la sacristía pero aun no se había adentrado en
el mundo de los cócteles de garrafón. Y sin pensarlo se vistió con sus mejores
galas y puso rumbo hacía un mugriento local musical llamado “Polvos Mágicos”.
Aquella sería la primera de muchas más noches.
Conoció a la mujer
invisible en una operación de caza y aprendió dos cosas: Que con cinco copas de
más es más fácil dejarse tocar por desconocidos y así ligar con más atino, y,
que las cacerías zorreras son más efectivas en grupo ya que arrimándose a buen
árbol las sobras son más jugosas… había nacido una gran amistad.
0 comentarios:
Publicar un comentario