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sábado, 4 de abril de 2015

Reseña: Nunca es demasiado tarde, princesa - Irene Villa

Después de la decepción con "No me iré sin decirte adónde voy" llega una gran sorpresa: "Nunca es demasiado tarde, princesa". 

Lo cierto es que este libro me encontró a mí más que yo a él. Curiosamente, el día anterior a nuestro encuentro en una tienda de libros de segunda mano vi una entrevista a su autora en el programa "Cuarto Milenio".

La autora del libro es Irene Villa, famosa por haber sobrevivido junto a su madre a un aparatoso atentado de ETA en los noventa en el que perdió las piernas. Desde entonces, como no podía ser de otro modo, Irene Villa ha tenido que luchar por salir a flote y por adaptarse a una vida en silla de ruedas.

Bien, pues el libro trata sobre eso. Sobre la superación y la actitud positiva. 

La novela en sí trata sobre la misma Irene Villa, su marido y amigos... Pero lo original de ésta es que con el pretexto de organizar una comida con los amigos, el libro transcurre de capítulo en capítulo explicándonos la historia de superación personal que se esconde detrás de cada uno de esos amigos que asisten a la comida organizada por Irene.

El libro es ameno y, no por ello, bastante profundo. Repleto de reflexiones y muy bien hilvanado. Si con "No me iré sin decirte adónde voy" me queje de que estaban muy mal intergrados los fragmentos de crecimiento personal, en este debo decir todo lo contrario. Es tan natural la manera de aleccionarnos sobre esos temas que no te resulta en ningún momento pesado o parapetado.

Es un libro que recomiendo 100%, no sólo por su fácil lectura, sino por su bonito mensaje.

Creo que todos de vez en cuando necesitamos una dosis de reflexión respecto algunos temas no cotidianos y este libro con creces nos los plantea.
Le doy un 8 de 10.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Curso de Escritura Narrativa - Capítulo 1

"Alumno: Hola me llamo José Luis y estoy en este curso de narrativa porque yo me había apuntado a filosofía pero el curso no se hará por falta de alumnos... Profesor: ¿Te gusta escribir? Alumno: Pues la verdad es que no. Profesor: No lo sé, la verdad. Ahora estaba pensando en ello. Lo que me choca es que estáis hablando sobre sentimientos humanos y a mí poco me importan, ¿podré escribir de todos modos?", tan real como la vida misma. Ha sucedido tal cual. 

Este curso de narrativa me dará grandes momentazos. 

Hoy me han explicado algo revelador... ¡TODAS LAS NOVELAS TIENEN TRAMA! Si no me lo llegan a explicar jamás lo hubiese dicho. Si tuviese que reseñar algo medio interesante, diría que hoy hemos hablado sobre la diferencia entre "Contar" y "Mostrar" en una narración. 

Eso me ha parecido medio interesante, sin embargo, tampoco es que me hayan descubierto América.

En fin, volveré a explicaros en otro momento mis aventuras en el curso de narrativa. Será una secuela (mala, cansina y decadentemente profunda de "El cutricurso").

domingo, 9 de noviembre de 2014

Escuela de letras - Ejercicios para el autor - ¿Sabes describir un espacio?

A continuación, y por tal de ilustrar lo que mil veces habéis podido leer sobre ser descriptivo, os pondré un fragmento extraído de una práctica de un taller de narrativa que muestra cómo es posible describir sin ser pesado, cómo hablar sobre un lugar y sobre la persona que habita en él a través de lo que dice o de los detalles que nos da. 

Hay infinidad de libros que proponen ejercicios de creación literaria descriptiva, pero yo siempre he creído que lo mejor es practicar con lo que uno sabe y conoce. Así que sin más dilación, ahí va:

Donde habita mi corazón

Pese a que soy, y creo que siempre seré, una persona absolutamente sedentaria en lo que a morar un espacio se refiere, las tres décadas que cuelgan a mi espalda contradicen sin piedad mi argumento. Durante los últimos treinta años he vivido en cinco pisos diferentes; algunos eran grandes y luminosos, otros, en cambio, pequeños y oscuros. Sin embargo, desde hace ya algún tiempo vivo en una casa en medio de ninguna parte, o al menos eso es lo que a mí me gusta pensar.

Es una edificación de dos altura flanqueada a cuatro vientos por un frondoso jardín que a veces se torna selvático sin previo aviso. Desde la calle, a aproximadamente unos quince metros desde la verja, se puede ver el pozo de piedra que le da nombre.

Al entrar, dejando atrás la verja metálica, a mano izquierda queda el cobertizo, lleno de trastos y cachivaches, y a la derecha se extiende el terreno delimitado, primero, con setos recortados a media altura y, después, con plantas bajeras que, cuando quieren, germinan flores multicolor al pie de una gran magnolia, que en tiempos pasados fue lustrosa pero que hoy en día está en coma.

Avanzando en línea recta, pasando junto al pozo, a la izquierda hay cuatro escalones que conducen a la puerta de entrada. Situado frente a la puerta principal, a la izquierda, se extiende una pasarela que en tiempos pasados conducía al porche de la casa en la parte trasera, pero que en la actualidad lleva a mi despacho, al que se puede acceder desde fuera y desde dentro de la vivienda.

Una vez dentro, dejando atrás uno de los laterales del jardín, está directamente la cocina. Sí, se entra directamente a la cocina. ¿Que por qué? Porque la entrada principal a la casa fue devorada por mi despacho, ¿qué os parece? Aunque esto no fue así del todo. Lo cierto es que antes de estar el mismo ubicado donde está hoy, hubo un porche; el de verano y el de invierno. Sí, éste según la época del año estaba configurado de una manera u otra. Pero al final, por comodidad o porque, a mi parecer, es uno de los espacios de la casa donde mejor se está. Así que acabó siendo el sitio en el que paso la mayor parte del tiempo. Pero bueno, no nos avancemos, vayamos estancia por estancia. La cocina, pequeña, repleta de cosas y en ocasiones insuficiente, sin embargo, es perfecta para la función que cumple.

Más allá de ella, a la derecha el baño, a la izquierda la habitación de invitados y, justo en frente de la cocina, la habitación de la plancha, de los trastos, de la ropa o cómo queráis llamarle. Yo, reconozco, la llamaba la habitación de las ratas. No porque las hubiese, claro está. Pero es cierto que ha habido momentos que la montaña de cosas ha sido tanta que si la escoba no hubiese limpiado los rincones de la misma, bien podría haber dado cobijo a una familia de roedores. Podría describir y describir una y otra, pero considero que sería rellenar líneas por rellenarlas y no me parece relevante destinar las mismas a tal menester.

Si finalmente decides esquivar la habitación de las ratas, a la derecha, está el salón. El salón es grande; de hecho, es muy grande. Grande y luminoso, no en vano, tiene, a la izquierda y al fondo del mismo, unos grandes ventanales de carpintería de madera. Los cuales, más allá de ser estéticamente perfectos, si lo miramos desde un punto de vista práctico, son un verdadero coñazo. Y perdón por la expresión, pero es que lo son. Limpiarlas me da un tedio de morirme porque no puedes hacerlo de una sola pasada. Tienes que limpiar cada uno de los doce cuadrados de cristal que contiene el entramado de madera. A parte de los ventanales, otro punto fuerte de la estancia es la chimenea de metal ubicada en la esquina derecha. Es una chimenea de color negro que yergue con majestuosa humildad hacia el techo y más allá de éste hacia la azotea. Debo decir, que, como en el caso de los ventanales, hacer fuego es prácticamente el mismo suplicio. Si me lo paro a pensar, lo rural de mi hogar siempre es idílico y, a la vez, poco práctico. No obstante, a mí me gusta y no lo cambiaría por nada.

El salón tiene dos alturas y a la derecha hay una escalera de madera que conduce a la segunda planta, la cual es completamente diáfana y es donde está mi dormitorio. Desde lo alto de la escalera, la cual cruje al transitarla, se divisa el mismo a la perfección. Aprovechando la vista de halcón que ofrece el espacio puedes jugar con la imaginación a combinar los muebles cómo quieras. La mesa del comedor por aquí, el sofá por allí, el butacón orejero frente al televisor, la mesa de café junto al sofá…

La casa, pese al carácter cálido de los que habitamos en ella, es gélida hasta decir basta. Véase aquí una vez más lo poco práctico de la vida en la montaña. Si no fuese por la calefacción vivir en ella sería lo más próximo a pasar la noche al raso. Claro está que yo siempre pienso que las arrugas tienen la batalla perdida si vivo aquí el resto de mi vida; visto así, vivir en algo parecido a la crio estasis no está tan mal.

Desde un punto de vista visual el espacio es agradable, diseñado para ser confortable; imagino que todo hogar quiere serlo. En cuanto a los sonidos, el silencio impera en lo cotidiano. Quiera yo o no romperlo con música o con la televisión a todo trapo. Al principio reconozco que tanta quietud me irritaba. Ahora la atesoro. Hay que ver cómo cambian las cosas. Yo, un urbanita declarado, enamorado del asfalto y del trasiego ensordecedor de la ciudad.


Sin embargo, el tiempo, aunque sea a patadas, hace que uno madure y valore lo que antes despreciaba. De la casa, al principio me sedujo la compañía, el poder compartir mi vida con alguien a quien quiero… pero más allá de eso, mi parte superficial, que como todos, la tengo. Me ganó la extensión del terreno, los recovecos para leer o escribir, la piscina con la tarima de madera. Pero eso sólo fue al principio. Ahora, después de quererla y vivirla, reconozco que a esta casa la querré de por vida. Es más, si existe la vida después de la muerte, prometo volver para vivir eternamente en ella. ¿Qué mayor compromiso hay que ese?

Escrito por C.Pérez de Tudela