lunes, 19 de agosto de 2013

Adiós Bridget Jones, las nuevas heroínas literarias son granjeras (y arrasan en ventas)

¿Ha muerto el 'chick lit'? El 'farm lit', el género de las novelas que cambian los martinis por el campo y el pan casero, es el nuevo fenómeno literario.

Georgia’s Kitchen, el debut literario de Jenny Nelson (editora de las webs de Vogue y Style), arranca con lo que podría ser el final de cientos de novelas clónicas que llevan alrededor de diez años copando los escaparates de librerías, vagones de metro y aeropuertos de todo el mundo. La protagonista, Georgia Gray, regenta uno de los restaurantes más exclusivos de Manhattan, está prometida con un atractivo abogado y tiene un grupo de amigas con las que puede contar pase lo que pase. Sin embargo, Nelson introduce un giro narrativo (en forma de crítica devastadora a su restaurante y una fuga inesperada de Mr. Perfecto) que llevará a Georgia a abandonar la jungla urbana y empezar de cero en un pueblo de la Toscana.
En unas pocas páginas, Georgia’s Kitchen ha sintetizado la tendencia actual del mercado:dar un giro a al denominado género chick lit (con su universo de portadas con cócteles de ensueño, Manolos y paletas de color a lo Jordi Labanda) para convertirla en algo que los entendidos del universo editorial se han apresurado a bautizar como farm lit. Es decir,literatura por y para mujeres que ofrece a su público una fantasía escapista y una voz narrativa parecida a su propia experiencia, pero que introduce lo rural como cambio fundamental. El nuevo entorno no es casual, sino que responde a nuevas corrientes sociológicas que, de hecho, han convertido el chick lit tal como lo conocíamos en algo desfasado.
Cuando, a finales de los 90, autoras como Helen Fielding, Melissa Bank o Candace Bushnell empezaron a publicar sus crónicas de treintañeras en crisis, poco podían saber que estaban dando el pistoletazo de salida a un subgénero que, de hecho, aún hoy presenta una difícil definición. Tanto sus partidarios como sus detractores estuvieron de acuerdo en una cosa: el chick lit suponía una evolución con respecto a las novelas femeninas de décadas anteriores, pues sus protagonistas ya no tenían un objetivo puramente sentimental, sino que este se compaginaba con metas laborales y sociales. Así, Bridget Jones y Carrie Bradshaw podrían ser una evolución de la Rebecca de Daphne du Maurier o la Jane Eyre de Charlotte Brönte: unas heroínas de lo cotidiano para tiempos descreídos, unos iconos post-feministas que (aquí vino la polémica) también podían llegar a reforzar algunos tópicos desagradables, de manera quizá inconsciente.

Durante años, el chick lit parecía imbatible. Llegó a construir su propia burbuja editorial, con reediciones de algunos posibles precedentes (Nancy Mitford a la cabeza) y exportaciones del modelo a otras realidades locales –en España tuvimos un buen ejemplo con Rebeca Rus y su Mientras tanto, en Londres…. Firmas con mucho menos talento que Fielding se apuntaban al carro al tiempo que el cine y la televisión contribuían a la hegemonía del género: Sexo en Nueva York, El Diablo viste de Prada, Gossip GirlEn sus zapatos o Diario de una niñera viajaron de la página a la pantalla, mientras que los guiones originales de comedias románticas se esforzaban por parecer la adaptación de un best-seller femenino.

¿Qué fue lo que reventó la burbuja? Su declive ha sido gradual, pero ahora podemos ver la chick lit con la suficiente perspectiva como para darnos cuenta de que fue hija de su tiempo. Esas ficciones sobre triunfo social nos hablaban de zapatos caros, lujo, ordenadores de última generación, ostentación, consumismo alegre, clubes exclusivos y brunchs en hoteles de cinco estrellas. Una novela (o una película) como Confessions of a Shopaholic resultaría una obscena provocación en un contexto como el nuestro. Al parecer, la crisis mató al chick lit. Y esa fue precisamente la causa del farm lit.
montaje
Dos títulos que triunfan en el mercado literario y en el que sus protagonistas cambian el glamour de la urbe por una vida bucólica y sin estrés (pero mucho romance).
En el artículo que ha popularizado el término, la revista The Atlantic incluye unos cuantos ejemplos de periodistas que escriben, en primera persona, su mudanza al paraíso rural. Es posible que no sea sólo la crisis económica, sino también la del periodismo, lo que nos hace desear una vida sencilla, donde no existen las noticias sobre banqueros sin escrúpulos ni sobre medios obligados a cerrar. Lo único queimporta es relajarse, aprender a valorar los pequeños placeres de la vida y, quizá, aprender a hacer punto. En cierto sentido, podríamos considerar Come, reza, ama como una pionera de esta tendencia a encontrar la paz a través de la austeridad. También hay algo de deseo hipster sublimado: ese sueño de granjas y comida orgánica del que cantan los grupos folk se hace realidad en las páginas de Georgia’s Kitchen o The House on Oyster Creek, donde la protagonista decide mudarse a ese paraíso moderno que es Cape Cod.
Aún estamos en las primeras fases del fenómeno y, por tanto, es pronto para saber si tendrá un impacto tan profundo en el zeitgeist como ese chick lit en el que hunde sus raíces. De momento, su éxito de ventas y su promedio de críticas elogiosas en Amazon o Barnes & Noble certifican que la literatura de consumo femenina ha encontrado un nuevo filón para explotar fantasías escapistas. Uno que no tiene nada que ver con los calabozos y los látigos de Cincuenta sombras de Grey, quizá la última novela chick litque triunfó antes de que se impusieran las granjas.

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