Qué tendrán los ojos que dicen tanto de nosotros. Qué poder
se ocultará bajo nuestros párpados que nos hace capaces de infundir confianza,
de crear rechazo, de anunciar nuestro humor… Qué extraño mecanismo hará que
mediante nuestra mirada seamos capaces de convencer, de seducir, de rechazar…
Y es que hay miradas que enamoran, que infunden confianza.
Por contra, otras son capaces de matar, de provocar profundo desasosiego. Hay
ojos que son feroces, cargados de odio. Estos siempre acompañan miradas que asustan,
que auguran de reojo malas intenciones. Pero también los hay risueños, llenos
de vida. Ojos chispeantes que anuncian a los cuatro vientos que están
enamorados.
Así pues es lógico pensar que estos son pequeñas ventanas a
través de las cuáles asoma nuestra alma y por dónde nuestros sentimientos se
airean.
En ocasiones son pequeños ventanucos por los que tímidamente
asoman buscando ser correspondidos. En otras, estos son grandes ventanales que
proyectan tormenta; incluso a veces, en muy pocas ocasiones, estos no son más
que huecos oscuros y profundos, vacíos. Pequeñas fosas que buscan alimentarse
del brillo de los otros. Ojos depredadores que escrutan buscando calmar sus
ansias.
Por suerte, si te fijas, el mundo está lleno de ojos
rebosantes de vida. Ojos cargados de ganas de vivir, aunque a veces cansados,
siempre esperanzados. Gracias a Dios el mundo está lleno de miradas llenas de
ilusión y de ganas de ver. Ojos deseosos de descubrir magia.
Y
ahora, antes de acabar, un consejo: Si alguna vez en tu vida te cruzas con
estos últimos míralos fijamente, con fuerza. Míralos queriendo empaparte de su
esencia. Míralos como si fuese lo último que fueses a hacer en esta vida. Hazlo
porque esos serán los que salven este mundo.
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