jueves, 14 de febrero de 2013

Disparatado Asesinato en el Upper East Side - Los primeros quince capítulos gratuitos

Para un día como el de hoy os recomendamos esta simpática novela que os hará reír hasta la saciedad. Por ser unos fieles lectores os regalamos los primeros quince capítulos de "Disparatado Asesinato en el Upper East Side". Enamorate de Daphne y acompáñala en esta loca aventura juntos a sus amigos. Si lo que lees te gusta y quieres más comprala en papel(12€) o ebook(3€):

Capítulo 1 - Una mañana más, como tantas y tantas otras, el despertador ha sonado con absoluta puntualidad a las siete. Su estridencia me ha arrancado del apacible descanso en el que me hallaba inmersa. Soñaba con que compraba cosas como si estuviese loca. Para ser más exactos, mi delirio onírico versaba sobre que yo era una compradora compulsiva. 


Obviamente se trataba de una pesadilla ya que yo odio todo lo relacionado con compras, tiendas o centros comerciales. En ella entraba en una tienda y arrasaba todo lo que encontraba a mi paso: bolsos, zapatos, cinturones, pañuelos… todo complementos, ¿qué curioso, no? No sé, puede que sea culpa de la película que vi anoche. Será mejor que no le dé más vueltas y me ponga en marcha. 

Siempre es doloroso despertar de repente pero más un lunes como hoy. Supone volver a empezar. Es el inicio de una semana igual que la anterior y clavadita a la siguiente. ¡Está bien! Reconozco que no me he levantado demasiado positiva. Pero claro… ¿quién lo iba a ser después de un fin de semana de reclusión e impuesta soledad? 

Súbitamente me pongo en pie y de un respingo sacudo mis penas intentando espabilarme. Lo siguiente, si quiero poner en marcha del todo la materia gris de mi cerebro, es tomar una ducha de inmediato. Mientras dejo que los gélidos chorros de agua me azoten, decido que jamás volveré a tener una cita a ciegas. Sobre todo si la cita está organizada por Josh, mi mejor amigo. Desde hace algún tiempo tiene la compulsiva obsesión de querer emparejarme. Dice que soy una solterona y que si me descuido acabaré vieja, gorda y sola. Según él, estoy en el límite de edad en que aún puedo cazar a un hombre pasable, ¿pero para qué narices quiero yo a un hombre pasable? En caso de querer uno (que no lo quiero) querría al hombre perfecto, ¿no os parece lógico mi razonamiento? 

Al salir de la ducha recorro la estancia que hay del baño a mi cuarto descalza tratando de no resbalar. Si así fuese, ¿cuánto tardarían en encontrarme muerta? Puede que días, ¿incluso semanas? Quizás Rochelle, mi gata, me devorase y no dejara ni rastro de mí. Puede que mi muerte se convirtiese en un gran misterio… 

“¡Daphne, céntrate!” —me digo intentando alejar esos macabros pensamientos de mi cabeza. 


La verdad es que cuando me estreso me da por ponerme tremendista y pensar todo tipo de rarezas. Siempre que estoy nerviosa imagino cosas y me hago preguntas sin ton ni son. Supongo que cada uno es como es. Peor sería auto mutilarme para controlar las emociones. Lo mío al menos no deja marcas. 

Abro el armario y cojo lo primero que encuentro. No estoy de humor para jugar a las barbies esta mañana. Bien pensado, ninguna mañana lo estoy. La ropa es ropa, punto. ¿Para qué perder el tiempo combinándola pudiendo dormir unos cuantos minutos más? Apuesto a que si mi jefa, Ditta Krugger, supiese lo que realmente opino sobre la moda me echaría de una patada en el culo sin dudarlo. No en vano, trabajo para una importante revista de moda. Se supone que debería mostrar interés y todo eso, pero yo paso. Es mi secretillo en el trabajo, allí me limito a fingir. 

Pero no os vayáis a creer, no tengo nada que ver con lo que se publica, solo soy una simple documentalista. Mi trabajo consiste en recabar datos e informaciones y elaborar un pequeño esquema de lo que acabará siendo el artículo. Más tarde las caras bonitas de la revista ponen su nombre y se llevan el reconocimiento. A mis treinta y seis años soy poco más que una becaria. 

Pensar en Ditta me produce urticaria. Es una bruja de mucho cuidado. Es déspota, egoísta y egocéntrica como jamás había conocido a nadie. A parte de todas esas lindezas, está como una cabra, diría que roza la bipolaridad. En ocasiones es sospechosamente simpática y al segundo es poseída por la cólera más ilógica que uno pueda imaginar. En fin, cosas de los jefes. 

Preparados, listos… ¡ya! Ahora sí que empieza el día, lo anterior no ha sido más que un ensayo. Salgo a la calle y compruebo que el bajo Manhattan aún no ha despertado del todo. Pese a que ya hay cientos de personas en sus calles y el flujo de vehículos comienza a ser considerable, se nota que la ciudad aún se está desperezando. Los primeros rayos de luz asoman al reflejo de los rascacielos y la suave brisa que recorre sus aceras nos recuerda que aún estamos en febrero. 

Es esa típica hora en la que unos vamos y otros vienen, lo llaman el cambio de turno Neoyorquino. De camino al despacho he parado en uno de esos establecimientos que nunca cierra y he comprado un café moka blanco. Su calidez traspasa el grosor de mi guante y hace que me sienta reconfortada. El aroma dulzón y pegajoso del café hace que de repente mi cabecita revise algunos fragmentos de la película que vi anoche intentando recordar el título, pero nada. A continuación los escaparates que me rodean traen a mi recuerdo a Becky, su protagonista. En ella ésta arrasaba en segundos tiendas como los que yo paso cada día cuando voy rumbo al trabajo. De pronto observo mi reflejo en uno de ellos y no siento lo más mínimo. Nada. Cero. Si me lo paro a pensar resulta frustrante, la verdad. Ojalá yo sintiese tal emoción al hacer compras. Sería gratificante de vez en cuando sentir emoción por algo. Aunque fuese por un par de Manolo´s. 

Tras divagar emprendo mi peregrinaje hacia el Flatiron Building, el edificio donde trabajo. Es el famoso edificio en forma de V donde hace unos años se rodó “El secreto de Verónica”, la serie de TV protagonizada por Krystie Ally antes de que fuese gorda, claro está. Actualmente no la dejarían pasar más allá del vestíbulo. 

Si fuese por Ditta, en lugar de sensores de seguridad habría básculas para controlar el peso de los empleados. Por suerte para mí, no es así. Si lo fuera debería dejar de tomar estos deliciosos e híper calóricos cafés de StarBucks. 

De pronto recuerdo el nombre de la película, se llamaba: “Confesiones de una compradora compulsiva”. En ella, como no, la protagonista acababa felizmente liada con el guaperas de turno. ¿Qué pasa? ¿Una no puede ser feliz sola? ¿Es obligatorio tener pareja? ¡Yo creo que NO! 

Pero no nos engañemos. La sociedad aún no está acostumbrada a mi manera de pensar, aún sigue anclada en que una a mi edad tiene que tener marido e hijos o si no es rara. Si llegada a cierta edad una mujer aún está soltera es que algo raro tiene y por eso no ha sido capaz de encontrar un buen hombre. Eso es lo que piensa todo el mundo. 

En infinidad de ocasiones me han mirado mal cuando he ido sola al cine o a comer en un restaurante e incluso pasando mis vacaciones en un hotel. La gente se divide en dos grandes grupos: Los que te miran con lástima y los que te tratan mal porque dan por sentado que eres una amargada y que por ello nadie quiere estar contigo. 

“¡¿Una entrada sólo, señora?! Señora… ¿yo? ¿Cuándo me he convertido en mi madre?” —Pienso cuando recuerdo mi última visita al cine. 

Cabreada conmigo misma por haber sacado el tema de la edad, prosigo mi camino y sucede lo que era lógico que sucediese a estas horas de la mañana. Un apresurado ejecutivo, ataviado con un lustroso traje Armani, me golpea y hace que todo el café se me caiga sobre la blusa. ¡El muy…! En fin, será mejor omitir de este relato lo que realmente he pensado de él. Si lo expresase sería poco educado por mi parte. Y si algo soy yo, es educada. Aburridísimamente educada. 

El caso es que el muy simpático ni si quiera se ha dignado a disculparse. Para que veáis. Si esto hubiese sido una película probablemente nos hubiésemos casado, si lo fuera seguro que de este encuentro hubiese surgido una bonita historia de amor. ¿Pero qué he conseguido yo? ¡Una mancha! Y precisamente por eso este percance es doblemente gracioso. Lo es porque define mi existencia a la perfección. Se trata de una de esas finas ironías del destino, el perfecto guiño. Eso ha sido siempre mi vida, una gran mancha que se ha extendido sin rumbo ni sentido sin que yo pudiese hacer nada por pararla. Aunque bien pensado… a mí me da igual, no me importa. Yo soy feliz estando como estoy. ¿Qué cómo estoy?, sola. Paso del amor y todos los rollos que conlleva. Sí, se trata clarísimamente de un manifiesto. 

“Suerte que siempre llevo una muda de recambio.” —Pienso, mientras bordeo una tapa de alcantarillado abierta. Ahora solo me faltaría caer a la cloaca para mejorar aún más este fantástico lunes que no ha hecho más que empezar. 

De repente apresuro mi paso y nerviosa observo que el reloj parece acelerar los segundos solo para hacerme la puñeta. Hoy no puedo llegar tarde. Los lunes en In Style, la revista en la que trabajo, se hace el reparto de temas o reunión del despelleje que es como a mí me gusta llamarlo. En ella Ditta reparte los temas que compondrán el número de la semana y siempre se crean grandes peleas entre las compañeras por escoger un tema u otro. Yo la verdad es que trato de mantenerme al margen y observo en silencio el espectáculo. 

No merece la pena pelear con nadie por un absurdo artículo. Sobre todo si lo mejor que te pueden ofrecer es: “¿Aún no has encontrado el pareo perfecto para combinar con tu bikini?” o “¿Nadie te ha dicho que eso te queda fatal? ¡No te lo pongas!”. 

¿Apasionante, verdad? Pues a eso es a lo que me dedico, a documentar ridículos artículos, superficiales y carentes de fondo, dirigidos a personas superficiales y mentalmente planas. Pero qué le vamos a hacer, es mi trabajo y lo hago lo mejor que puedo. Algún día conseguiré escribir cosas serias, lo sé. Eso sí, espero que sea antes de morirme. Sería muy frustrante para una escritora vocacional como yo triunfar en el mundo de las letras a través de un tablero güija, ¿no os parece? 

Fijaos si soy cafre que incluso puedo ver los titulares. Tratándose de mí apuesto lo que sea a que serían de algún periodicucho con el que envolver pescado. Seguro que el artículo rezaría lo siguiente: “Solterona es devorada por su gata. Tras morir, contacta desde el más allá a través de un tablero güija. ¡No se lo pierdan!”. 

Al pensar en mi futuro ficticio inevitablemente me planto en 1989. Principio y fin de muchas cosas. En cierto modo el punto de partida de la Daphne de hoy en día. Siempre he tratado de olvidarlo, durante los últimos veinte años lo he probado por todos los medios, he querido quitarme de la cabeza lo que me sucedió, pero nada, siempre encuentro una pequeña grieta para sacarlo de nuevo a la luz. ¿Cómo olvidar que me rompieron el corazón? 

Dicho así suena a poco y la verdad es que puede que lo sea pero sumemos todo lo demás… Hagámoslo de manera esquemática: 1989, la noche del baile, música de Madonna (concretamente Like a Prayer), un accidente de coche, la muerte de un ser querido, la ausencia del que era mi novio, la angustia por haberlo perdido todo… ¿Cuál pensáis que fue el desenlace? 

Una huida. El principio de una vida en otro sitio. En resumidas cuentas: “El fin de mi felicidad”. 

Desde entonces decidí no implicarme emocionalmente en nada más. De ahí mi hastío crónico y mi incapacidad para emocionarme. Me he quedado anquilosada, afincada cómodamente en mi coto de seguridad. Con el paso del tiempo me he vuelto una experta eludiendo las emociones. Del tipo que sean, da igual. De la risa al llanto, pasando por enfados y decepciones. Trato de evitarlas todas, me he convertido en una funambulista de las emociones. 

¿Qué sucedería si alguien de repente agitase el cable? Sería horrible… 

Capítulo 2 - Gracias a una carrerita he logrado llegar al Flatiron Building con puntualidad. Reconozco que el improvisado ejercicio matutino me ha sentado bien. Ahora me siento mucho más positiva, al menos he logrado disipar la nube de mal humor que se había posado sobre mi cabeza. En este momento estoy como siempre, simplemente asqueada de ver nacer otro lunes. 

Mientras voy hacia al ascensor repaso lo poco que he hecho durante el fin de semana: he visto la tele, he visto la tele y… ¡Vi más la tele! Definitivamente, estoy acabada. Bueno, también peiné a Rochel, mi gatita. ¿Pero qué hago si no? Los pocos amigos que tenía se han casado y tienen hijos, ellos juegan en una liga distinta a la mía. Ahora solo quedan con los otros papás. Van a fiestas infantiles, a parques de atracciones, al circo, al cine, a barbacoas… a todo tipo de lugares salvo a aquellos en los que puedan coincidir con un amigo soltero. 

Llegada a cierta edad la gente comienza a procrear y un irrefrenable deseo de jugar a las casitas hace que voluntariamente se borren del mapa. Entonces es cuando las solteronas como yo sobramos. Simplemente no encajamos, no quedamos bien en la foto. Es como si “nosotros” tuviésemos algún tipo de enfermedad infecciosa capaz de hacer añicos sus vidas de ensueño. En ocasiones me siento como si fuese la niñera psicópata de “La mano que mece la cuna”. 

Pero qué le vamos a hacer, me he quedado compuesta y sin novio. No es algo que buscase, pero así ha sido. Parece horrible, pero en realidad no lo es, tiene ciertas ventajas: No tienes que pelear con nadie para controlar el mando a distancia, a la hora de planificar las vacaciones nadie te condiciona, no hay que negociar el alquiler de una película u otra… ¿Y qué me decís de la tapa del W.C. levantada? ¡Vale! Ese es un tópico y realmente yo no la he experimentado nunca pero conozco gente que sí y estoy segura de que me molestaría. 

De repente suena la campanilla del ascensor y se abren las puertas. En modo automático entro en él y me dejo engullir por esa bestia de metal. Dentro hace calor, algo asfixiante. Súbitamente una bofetada de olor humano me devuelve a la realidad. ¿Por qué la gente se aseará tan poco? 

Trato de ser comprensiva y pienso que quizás esa persona mal oliente se ha quedado sin agua en casa o le ha sucedido algo urgente. Pienso que quizás por ello no se ha podido asear, pero rápidamente me pregunto si yo lo haría. Y la respuesta es instantánea. Definitivamente no. 

Lo reconozco, soy una neurótica en cuanto al tema de la higiene personal. Me perturba tremendamente sentirme sucia y soy capaz de hacer lo que sea a cambio de darme una ducha. También debo confesar que soy adicta a los tratamientos de relax, pero no penséis mal, me refiero a servicios Wellness. 

Por ello siempre que puedo y mi cartera lo permite me doy un lujo en alguno de esos Spa que ahora son tan populares. Dejo que me rebocen con chocolate, manzana, uva, sales, algas… En resumen, me dejo hacer de todo. Cada semana hay una nueva tontería que probar y como es mi único vicio no escatimo ni un céntimo. 

Aunque no me guste reconocerlo, soy un poco pija, pero no de esas rubias tópicamente subnormales chamuscadas al uva o estiradas a causa del botox. Soy una mujer de mediana edad, soltera y sin grandes responsabilidades. Trabajo en una revista de moda en el bajo Manhattan y cobro razonablemente bien. Es lógico que despilfarre el dinero en mí misma, si no fuese así qué haría con él. ¿Ponerlo en un plan de pensiones? ¿Y si mañana me asesinan? No olvidemos que vivo en Nueva York, hoy estás aquí y mañana puedes amanecer descuartizada en un vertedero. Por ello es lógico que me lo gaste en vida. 

Disimuladamente, miro mi reloj y me escandaliza lo que está tardando en subir el ascensor. Es como si toda esta gente que entra y sale supiese que voy con los minutos contados. ¿Son figurantes en la telenovela que tengo por vida? No lo creo, si mi vida fuese un serial tendría muchísimo menos presupuesto. Dudo que tuviese audiencia. ¿A quién le interesaría la vida de una documentalista solterona que tiene por mascota un gato? Dejad que responda yo: ¡A nadie! 

¡Aleluya! Al fin hemos llegado a la planta treinta y ocho. A la salida del ascensor una brisa fresca me envuelve y miles de suaves caricias con olor a lavanda me acompañan hasta el mostrador donde está Ashley, la recepcionista de In Style y mi compañera de guerra en la oficina. 

Ashley es una buena chica, tan buena que siempre se mete en líos por culpa de su exagerada inocencia. Digamos que yo a su lado soy una de las brujas de Eastwick. Y eso que mi malicia no va más allá de cambiarle la sacarina por azúcar cuando le sirvo el café a Ditta, la bruja de mi jefa. Cree a pies juntillas que he descubierto una marca de sacarina que sabe completamente a azúcar. 

Cambiando de tercio, ¿os habéis dado cuenta de lo machista que es todo? ¿Por qué las brujas más famosas del cine y de la historia siempre han sido, son y serán mujeres? ¿Acaso sois capaces de decirme algún brujo famoso? 

Las mujeres lo tenemos todo el doble de difícil. Por el simple hecho de ser mujeres se nos cierran de entrada muchas puertas y nos hemos de esforzar más que un hombre para conseguir abrirlas, además, hemos de competir por todo y con todos, incluso entre nosotras mismas. ¿Qué pasa, que no teníamos suficiente con tener la regla cada mes? 

Aunque siempre he encontrado absurdo que compitamos entre nosotras, es un hecho que lo hacemos. Creo que no se puede evitar, está en nuestra naturaleza. Sé que el mundo sería de las mujeres si aparcásemos las envidias y las malas artes y cooperásemos, pero eso es ciencia ficción. El mundo está repleto de malas pécoras. En las oficinas como mínimo siempre hay una, aunque en la mía hay decenas, por ello siempre hay tensión en el ambiente. Ser más mujeres que hombres contribuye a que eso sea así, pero lo que lo hace peor, es que a mi jefa le encante enfrentar a unas con las otras. Dice que así fomenta una competitividad sana y que el trabajo sale mejor, pero yo pienso que solo lo hace porque disfruta viendo cómo se pelean. 

La verdad es que no trabajo nada bien bajo presión. Odio los conflictos. Por eso todos los lunes durante reuniones como a la que estoy a punto de entrar me limito a ver, oír y callar. ¿Creéis que mi postura es cobarde? Yo creo que no. Es lo más políticamente correcto que se me ocurre. Mi actitud es la que es porque no aspiro a ser famosa, no quiero destacar. Simplemente quiero cobrar a final de mes y darme mis pequeños lujos, nada más. Por eso no veo necesidad de implicarme emocionalmente en una cosa tan tonta como escoger un tema u otro sobre el que escribir. 

Ahora que lo pienso, creo que esta tarde si salgo pronto iré a una cabina de flotación a relajarme un rato. Como ya os he dicho, mi fin de semana ha sido realmente aburrido. Me merezco una pequeña recompensa por ser tan asombrosamente sosa y no morir en el intento. 

De repente mientras me aproximo a la recepción me doy cuenta de que la expresión de Ashley no es la de siempre. Que me aspen si me equivoco, pero juraría que ha llorado: 

—¿Qué pasa, preciosa? —le pregunto intentando arrancarle una sonrisa—, ¿cómo ha ido el fin de semana? 

Se encoje de hombros y en su cara aparece una especie de puchero. Sin lugar a dudas ha llorado: 

—¿Qué te sucede? Te noto decaída. 

—¿Recuerdas a Brian? 

—¿Quién? 

—Mi novio. 

—¿Desde cuando tienes novio? —pregunto poniendo cara de póker, con Ashley nunca se sabe por dónde pueden ir los tiros. 

—Solo hacía dos días que salíamos juntos y el muy... 

—¿Dos días? —la observo intentando no echarme a reír y me pregunto: “¿De qué demonios está hablando?” Seguro que me he perdido algo—, ¿dónde lo conociste? 

—En Meetic. Quedamos para cenar el viernes y fue un flechazo. Es tan... —hace una pausa y da un suspiro—, bueno era tan... 

—¿Era? —espero que no me diga que ha muerto o algo así. 

—Se ha tenido que marchar a Minsk urgentemente. 

—¡¿Qué?! 

—Sí, he tenido mala suerte. Su empresa lo ha destinado allí urgentemente. No ha podido decirme más —confiesa mirando a su alrededor. De repente se abalanza sobre el mostrador y susurra—, alto secreto de estado. 

—Ah, no sabes cuánto lo siento —continúo observándola con el rostro impasible y rápidamente entiendo que ese tal Brian no quiere volver a verla, no porque esté en Minsk si no porque no le gustó Ashley. En el fondo me alegro de que sea tan ingenua y decido seguirle la corriente—. ¿Quieres que salgamos a tomar unos margaritas esta noche? 

—Vale, eso seguro me quita las penas. 

—¿Aquí a las ocho? —pregunto inspirando profundamente y mentalizándome de que he de entrar en la guarida de las lobas con las hienas que tengo por compañeras. 

—Aquí estaré —contesta recobrando su júbilo—. ¡Ánimo guapísima, tú puedes con ellas! 

Mientras camino hacia mi mesa, de repente noto un calambre en el bajo vientre e instantáneamente comienzo a notar mi zona íntima excesivamente húmeda. ¿Será lo que creo? ¡Mierda! Hoy llevo pantalones blancos. De pronto la desazón me posee por completo y empiezo a ponerme roja. Lo sé, lo puedo notar. ¿Se habrá dado cuenta alguien? ¿Me habré manchado? ¡Quién me mandaría a mí ponerme tanga! 

Maldita mi suerte. Primero lo del café y ahora esto. Como si fuese sobrada de tiempo. Rápidamente me meto en los baños deseando no cruzarme con nadie. ¡Bien, están vacíos! Abro uno de los servicios individuales y me quito los pantalones. ¡Maldita sea! Los he manchado un poco. ¿Y ahora qué hago? Si me tapo la mancha con la chaqueta enroscada a la cintura dejaré a la vista la mancha de café y si no lo hago todas verán que me he manchado de regla. Ninguna de las dos opciones es aceptable, por lo menos ninguna lo es en In Style. 

Presa del pánico recuerdo que en uno de los cajones de mi mesa hay una faldita gris que dejé para emergencias como esta. ¿Pero cómo llego a ella sin que me vea nadie? De repente se escucha la puerta del wc y entran Ariadne y Grace. Por suerte no saben que he llegado. A ellas no puedo pedirles que me echen una mano porque probablemente usarían mi desgracia para mofarse de mí el resto del día. Como ya os había dicho antes trabajo con lo mejor de lo mejor del mundo femenino. Llamaré a Ashley, por suerte tengo mi iPhone a mano: 

—In Style, ¿dígame? —contesta Ashley de manera sugerente, siempre he creído que su voz por teléfono es mucho mejor de lo que en realidad es cuando la conoces en persona. No me entendáis mal. Ashley es una chica atractiva, pero creo que si se la conoce por teléfono uno se imagina algo diferente. 

—Ash —susurro para que no me oigan— Necesito ayuda. 

—Disculpe, pero esto es una revista. Pruebe con el teléfono de emergencias. Que pase un buen día —contesta muy educadamente y me cuelga. 

—No me... —“¡Cuelgues!” pienso, mientras escucho los molestos pitidos riéndose de mí. Sin perder un segundo, marco de nuevo. 

—In Style, ¿dígame? —contesta Ashley prácticamente igual que la otra vez. 

—Ash, soy yo... —susurro con el tono de voz un poco más alto que la vez anterior. 

—¡Brian! —contesta eufórica— ¿Ya has llegado a Minsk? Se te oye fatal... ¿Hola? 

—Ashley, soy... —y sin darme tiempo a acabar la frase me interrumpe de nuevo. 

—¡Cariño! Llámame más tarde cuando tengas más cobertura. ¡Te quiero! 

Y por segunda vez me cuelga, ¿está loca o qué le pasa? Rabiosa decido llamarla por tercera vez: 

—In Style, ¿dígame? 

—¡No me cuelgues! —al final acabo gritando y fuera las dos arpías bajan el tono de voz para intentar identificar quien soy. 

—¿Quién es? —pregunta Ashley con voz de tonta. ¡Sí, de tonta! Siento decirlo pero aunque sea mi amiga a veces es un tanto limitada. 

—¡Soy Daphne, estoy en el baño! ¿Podrías venir? —fuera cuchichean. 

—¡Daphne, ¿sabes qué?! —pregunta sin esperar la respuesta— Me acaba de llamar Brian desde Minsk... 

—Tengo una emergencia. Necesito que vayas a mi despacho y me traigas una cosa que hay en el primer cajón de mi mesa. Código Marea Roja —añado esperando que Ashley capte el carácter críptico de mi mensaje. 

—¡Dios mío! —exclama entendiendo mi mensaje—. En seguidita estoy ahí. 

Parece que el tiempo se ha detenido. ¡Malditas pécoras! ¿No tendrán otra cosa que hacer que estar en el baño chismorreando? ¿Y si me han oído y están esperando a que Ash llegue con la falda para así poder reírse de mí? Me da igual, que sea lo que tenga que ser. Esperaré tranquilamente mirando mi horóscopo por Internet. 

¡Cielo santo! Mi horóscopo dice que hoy me sucederá un bochornoso imprevisto. ¿Se referirá a esto? Continuaré leyendo: “... cuando la influencia de Saturno se cruce con la órbita de Marte tu vida dará un giro de 180º, tu pasado llamará a la puerta. Será decisión tuya dejarlo entrar.” 

—Dejarlo entrar... —repito en voz alta. De repente Ash golpea la puerta con énfasis. 

—¡Toma cariño! —Susurra dulcemente pasando por debajo de la puerta un paquete de clínex y una barrita de Toblerone—. No tienes que preocuparte de nada, yo estoy aquí para lo que necesites... —Se apresura a añadir dramáticamente—. Estar sola no es tan malo, por lo menos tienes a tu gata. 

¿Pero qué está diciendo? Abriré la puerta antes de que prosiga y arruine por completo mi reputación. Estupendo, ahora seré para el resto de la oficina la loca y depresiva solterona de la gata. Una nueva y tristísima versión de catwoman. La sola idea de verme embutida en ese mono de latex desparramada sobre el sofá, comiendo pizza junto a Rochelle mientras vemos juntas Gossip Girl hace que me eche a reír de simple desesperación. 

“¡Buen trabajo, Ashley!”—Pienso, mientras entreabro la puerta de la letrina. 

—Necesito que me traigas una falda que hay en el primer cajón de mi mesa —le digo al oído mientras las otras no nos quitan ojo—, ¡me ha venido la regla y he manchado! 

—Ah, era eso. Entendí que te había entrado un berrinche. Por lo de la marea. Ya sabes, llorar, llorar a mares, marea... y claro, a mí lo que más me anima en una situación como la tuya es comer Toblerone. 

—¡Marea roja! —grito sin poder evitarlo— ¡Marea roja! 

—Nunca he sido buena con los crucigramas, imagínate para los mensajes en clave —dice haciendo una pausa—. ¿En el primer cajón, verdad? 

—Sí, gracias —digo fingiendo gratitud. 

De golpe noto como una oleada de rojo magenta tiñe lentamente toda mi cara convirtiendo mis mofletes en dos semáforos que indican claramente que detenga tan surreal situación. Rápido, cierro la puerta del excusado y lucho contra las ganas de golpear mi cabeza contra la taza del wc. Una conmoción cerebral sería perfecta para librarme de la reunión, al menos así no tendría que pasar por el bochorno de aparecer ante las arpías de mis compañeras. Seguro que no tardaran nada en explicarles a las otras este desafortunado incidente. ¿Qué más me depara el día de hoy? 

De pronto dirijo la mirada una vez más a la pantalla de mi teléfono y un escalofrío recorre mi espalda: “…tu pasado llamará a la puerta. Será decisión tuya dejarlo entrar.” 

Capítulo 3 - Mal que bien he superado el incidente de los aseos y ya estoy sentada en la larga mesa de la sala de juntas. Frente a mí está sentada Michel. ¿Se lo habrán explicado? Me está mirando de manera extraña. 

De repente le susurra algo a Helen que está sentada junto a ella y se echan a reír. ¡Maldita sea! Hoy seré el hazme reír de la oficina. 

Desvío la mirada hacia Nat que está junto a mí y creo notar que se aparta poco a poco. ¿Será así o son imaginaciones mías? 

Pero da igual, todas son unas arpías y no me afecta en absoluto lo que puedan pensar de mí. Son unas pedorras superficiales. Realmente no sé cómo no les da vergüenza ser como son. Parece mentira que esas cabecitas mechadas puedan juntar cuatro palabras y hacer un artículo. 

Estoy tan distraída que ni me doy cuenta de que Ditta Krugger, o Di que es como le gusta que la llamen, acaba de entrar. Hoy viene impecable, es una mujer sumamente elegante. Aunque bien pensado, trabajando en esto resulta casi lógico. Lleva puesto un traje chaqueta color marfil de Jigsaw y su melena pelirroja está cuidadosamente recogida con una pinza tono blanco roto que acaba de rematar el modelito: “De etiqueta, pero informal” 

Tras ella entran en la sala sus nuevas mascotas. Amanda y Romy Saint-Piere, nuestras gemelas Olsen. Como ellas, las gemelas Saint-Piere también fueron alcohólicas a los quince y a los dieciocho ya habían pasado por una clínica de desintoxicación. No tanto por ser adictas a algo, sino porque entre la jet neoyorquina es algo muy Inn poder confesar que se ha estado en uno de esos centros. 

“Cosas de ricos, que le vamos a hacer.” —Pienso, mientras las observo absolutamente desinhibida. 

Las Saint-Piere son las hijas del famoso promotor musical Jon Von Saint-Piere, íntimo amigo de Di. De hecho las gemelas están con nosotras como gesto desesperado de su padre por meterlas en vereda y conseguir que hagan algo de provecho con sus vidas. Aunque no nos engañemos. Esto, vulgarmente hablando, es un “enchufe” como un piano. No quiero ser pesada, pero ¡Son unas enchufadas! Generalmente estas cosas no me importan, siempre tiendo a pasar de todos estos cotilleos, de verdad. Pero este asunto me molesta especialmente, lo confieso. ¿Qué por qué? Muy sencillo. Me molesta porque para llegar a donde yo he llegado (que no es muy allá) tuve que dedicar muchas horas. Conseguir trabajar en una revista como esta requiere muchas horas de estudio, un sinfín de clases de estilo literario, asistencia a seminarios periodísticos, experiencia demostrable en otras publicaciones y muchísimos esfuerzos a cuenta de la vida personal (que en mi caso nunca ha sido mucha). ¿Y todo ese sacrificio para qué? ¿Para qué ahora aparezcan dos cabezas huecas mechadas y pasen por delante de todas nosotras? Pues eso, que de repente aparecieron estas niñatas (hijas de papá) y las enchufaron como si nada. Sin tener formación, sin talento y lo peor, sin ningunas ganas de aprender. De hecho, me atrevería a decir que la única carrera que han conseguido en sus vidas es la que se hayan hecho en las medias. 

“Malditas pijas, no las soporto.” —Pienso, justo cuando la voz de Di me devuelve a lo que está sucediendo en la sala: 

—Bien chicas, hoy hemos de trabajar de manera intensiva ya que el número de esta semana es algo especial. Justo esta semana cumplimos 10 años en el mercado —explica animadamente esperando la ovación de su equipo. Con un movimiento sutil y suave acalla los aplausos y rápidamente añade—. Los temas de este número serán muy especiales. Quiero que pongáis lo mejor de cada una de vosotras como hacéis cada semana, pero en esta ocasión lo quiero elevado al cuadrado. Empecemos con el reparto. ¿Quién quiere hacer un artículo sobre la nueva película de Roland Emerson? 

—¿Cuál? —pregunta apresuradamente Michel casi subiéndose a la mesa. 

— “Amor inválido” —explica Di leyendo la reseña—. Una pareja recién casada tiene un accidente de coche en el que él queda en una silla de ruedas y ella pierde la visión. Desde ese momento él será los ojos de ella y ella las piernas de él. 

—¡Mío! —grita de nuevo Michel— ¿Tendré entradas para la Première? 

—Por supuesto —responde Di deslizando la carpeta sobre la mesa hasta hacérsela llegar—. Siguiente asunto: ¿Quién quiere hacer un reportaje sobre las cinco casas con más glamour de las estrellas de TV más famosas del canal Cosmo? 

—Yo creo que podría darle un toque especial al artículo —dice Helen haciéndose la interesante. ¡Y un cuerno! lo que quiere es codearse con los famosos y hacer contactos—. Es más creo que puedo darle el tono serio que requiere la ocasión. 

—Bien. Es tuyo, ¿tenéis alguna objeción? —dice dirigiéndose al resto. 

—¡Nosotras lo queremos! —gritan al unísono las Saint-Piere como si fuesen una especie de siamesas gritonas. 

—Queridas… —dice Di con ternura—. Este reportaje es algo muy serio y pese a que vosotras habéis aprendido mucho en el poco tiempo que lleváis aquí, me sentiré mucho más segura si se lo entrego a una de nuestras redactoras con más experiencia. 

—¡Jo! —Espeta Amanda—. Ese reportaje lo quería yo. Seguramente he estado en casa de la gran mayoría y se sentirían mucho más a gusto conmigo que con ella —dice señalando despectivamente a Helen. 

—Perdona, pero… —salta Helen. ¡Habrá jaleo! Ya ha empezado el despelleje. 

—¡Chicas! —interrumpe Di elevando suavemente la voz—. Amanda, para ti tengo algo perfecto. “Un día de compras con Sarah Jessica Parker” 

—¡Bien! ¡Chúpate esa! 

“Realmente es una tipa mal educada a más no poder.” —pienso, mientras fijo mi mirada en Romy que instantáneamente comienza a ladrar. 

—¿Y yo qué? ¡Yo también lo quiero! —su voz es profundamente molesta y su aspecto horrorosamente moderno. 

—¿Qué te parece hacer una crónica de los eventos y fiestas más importantes de la semana? —pregunta Di prácticamente suplicando fin al berrinche. 

—¿Y podré beber en las fiestas? —pregunta Romy acariciándose uno de sus desnudos hombros. 

—Siempre y cuando no dejes mal a la revista —dice respirando hondo y dejando clarísimo que las gemelísimas la tienen hasta el gorro—. No podemos dar mala imagen en esas fiestas, no por lo menos en visita oficial. 

—De acuerdo, seré súper profesional —dice Romy levantándose de la mesa—. ¿Os importa que me marche? Tengo que comenzar a pensar que ropa me pondré para todos esos eventos… ¡Son un montón! —añade mirando el dossier que le acaban dar. 

—Y bien, señorita —dice señalándome acusadoramente. Me ha llegado la hora—. ¿Alguna sugerencia? 

—¿Algo menos público? —contesto esperando algo tranquilito. 

—¿Sabes qué es un Chick Lit? —pregunta desplazándose hasta donde estoy yo. 

—¿Una receta para pollo? —pregunto riendo. 

—Esto es un Chick Lit —dice dejando caer sobre la mesa un libro. Es uno de esos libros para mujeres: “Líos, libros y más libros” de Jane Green—. Es un género literario. 

—Ah, muy interesante. Me encanta —digo fingiendo emoción—. Muchas gracias, Di. 

—Quiero que le hagas una entrevista a la autora más famosa de este género. Marion Klein. Está preparando su próxima novela y quiero que seas su sombra durante una semana. Seguro que nuestras lectoras están muy interesadas en saber qué hace en su día a día y en qué cosas se inspira para elaborar una novela. 

—Bien, pero yo…—añado intentando buscar una excusa. ¡No me apetece pegarme a nadie! Y mucho menos a una escritora fanfarrona de novelas para solteronas desesperadas. 

—Nada de excusas, lo harás y punto. Ahora en marcha. Has quedado con ella en Le Cirque para tomar un brunch a las 11:00 Pasa por vestuario a ver si puede dejarte algo más idóneo —dice señalando mi ropa. 

No me pienso ni inmutar. Vale que no soy lo más fashion, pero tampoco soy una pordiosera. Quizás debiera modernizar mi vestuario. ¿Por qué será que pensar en ir de tiendas me pone la piel de gallina? En fin, haré caso a Di e iré a vestuario a que me tuneen un poco. 

En Le Cirque a las 11:00. ¡Marion allá voy! 

Capítulo 4 - Son las 10:00 y parece que me vaya a una discoteca. He pasado por vestuario y Marlene me ha transformado de pies a cabeza. La verdad es que voy bastante mona. 

Si no fuese porque me muero de aburrimiento cuando tengo que ir a comprar ropa siempre iría perfectamente conjuntada. Debo confesar que el resultado final me encanta. 

Permitid que os describa desde el meñique a la coronilla lo que llevo puesto: unas zapatillas converse color rosa chicle, un jean lavado a la piedra de Topshop, una camiseta calabaza pálida con la torre Eiffel estampada en negro de 80´s Purple, un trench de Burberry color crema, un fular color grosella de Monsoon Accesorize y para finalizar un bolso marrón Miu Miu. 

Paso frente a Ashley de camino al ascensor y con una amplia sonrisa gesticulando me dice que le gusta mi look. Sin saber por qué me ruborizo, se me suben los colores al sentir que todo el mundo me mira. Es una sensación extraña, me siento ajena a este atuendo, es como si me hubiese desprendido de mi coraza y fuese vulnerable a los ojos de los demás. 

Suena la campanilla del ascensor, inspiro profundamente y entro. Será una mañana diferente. Lo sé. En sí ya es gran noticia que me paguen por andar por ahí. Esta semana estaré poco en la oficina y eso siempre es bueno. 

Entro en el ascensor y como siempre voy pensando en mil y una cosas. En ese mismo momento en el que estoy presionando el botón de la planta baja recuerdo que he quedado con Ashley a las ocho y me pregunto si para entonces la famosísima novelista de literatura para mujeres me habrá dejado marchar. ¿Qué tal será? ¿Será accesible o una snob creída? ¿Qué le pareceré yo? 

Espero que no me pregunte si he leído alguno de sus libros porque, la verdad, es que ni por asomo se me ocurriría desperdiciar mi tiempo con literatura de esa. Siempre me han parecido libros para mujeres que están colgadas de la parra. Es decir, cualquiera que tuviese cuatro dedos de frente se daría cuenta de que son novelas única y exclusivamente dirigidas a rellenar vacíos emocionales de una panda de desesperadas que andan perdidas buscando a su príncipe azul. 

¿Para qué narices necesito yo ese tipo de libros? Tengo más que asumido que mi príncipe, si es que hay uno por ahí para mí, está verde de lo podrido que debe estar el pobre de esperar a que lo encuentre. Probablemente el día que me tope con él, antes de darle ese tan famoso beso de amor con los ojos cerrados, lo envíe a que le hagan una autopsia. Como siempre mis pensamientos nada productivos se interrumpen súbitamente por la melodía de mi móvil: 

—Mcgraw al habla —contesto haciendo broma ya que he visto en la pantalla que es mi amigo Josh—. La reportera dicharachera al aparato, ¿en qué puedo ayudarle? 

—¿Cuál es tu talla de sujetador? —me pregunta prácticamente del tirón. 

—¿La noventa y cinco? —confieso sin estar segura— ¿Por qué, si puede saberse? 

—Estoy chateando con un hombre —puedo escuchar el sonido de las teclas del ordenador. 

—¿Algún noviete nuevo? —pregunto echándome a reír. 

—Que va... —Hay una pausa de unos cinco segundos— ¡Estoy chateando con el hombre de tu vida! 

—¡¿Qué?! —¿Está loco o qué le pasa? Creo que me estoy mareando— ¿Qué estás haciendo qué? 

—Eso, estoy echándote una manita —explica como si tal cosa. 

—¿No habíamos hablado ya sobre esto? 

—Debió ser antes del golpe… 

¿De qué narices me está hablando? Josh es un cielo, pero he de confesar que a veces me saca de mis casillas. 

—¿Qué golpe? 

—El que me he dado a la salida de la ducha esta mañana —De nuevo una pausa que se me hace eterna—. Quizás vaya a que me den unos puntos... —Creo que me está tomando el pelo— pero primero te programaré una cita con tu amor. 

—No se te vaya a ocurrir... 

De repente el sonido del ascensor me devuelve a la realidad y veo como a cámara lenta se abren las puertas. Es como si una especie de sexto sentido me estuviese avisando de que algo terrible me va a pasar. 

—Josh, hablo en serio. 

Creo que estoy sufriendo un colapso nervioso. Fijo la mirada en la gente que está entrando y ahí está. ¿Es él? No puede serlo. La gente del ascensor comienza a apretujarse y casi sin poder evitarlo me doy de bruces con él. Al final será cierto lo que decía mi horóscopo, literalmente el pasado ha llamado a mi puerta: 

—Josh, tengo que dejarte —digo como puedo y cuelgo. 

—¿Daphne? —pregunta ese rostro de mi pasado como resucitado de lo más profundo de mis recuerdos. 

Durante unos instantes me quedo en blanco. Son de repente demasiados sentimientos aunados en una sola fracción de segundo. Rencontrarme súbitamente con este rostro del pasado ha hecho que todo en mí se revuelva. De golpe tengo miedo, rabia, resentimiento, vergüenza y por último, la guinda, de repente millones de imágenes de mi primer amor vuelven a mi memoria como torpedos dispuestos a hundirme. 

A continuación, absurdamente resignada y horriblemente desorientada consigo rescatar de mi cerebro su nombre. Torpemente, mientras me aferro a la barandilla cromada del ascensor, digo: 

—Hola Billy. 

Capítulo 5 - Ahí estamos. Veintiún años después ¿Cómo si no hubiese pasado nada? ¡Y un cuerno! Lo que pasa es que me he quedado perpleja y no he sabido reaccionar. ¿Qué queréis que le haga? Ya os dije que siempre evito la confrontación. Incluso con mi peor enemigo. 

Billy no ha cambiado demasiado. Se nota que han pasado los años, pero sigue teniendo la misma chispa en los ojos, la misma manera animada de hablar y el mismo movimiento tan gracioso de su barbilla al articular las palabras, incluso esa manera socarrona de entornar los ojos... ¿Pero qué estoy haciendo? ¡No! Billy está fatal. Ha envejecido y es completamente repulsivo. ¡Qué digo repulsivo, es vomitivo! 

¿A quién voy a engañar? Sigue estando guapísimo. ¿Soy tonta, verdad? Lo sé, en el fondo siempre lo he sabido. Aunque no me creáis estoy realmente enfadada con él. No en vano, me falló en el peor momento de mi vida y eso no podré perdonárselo nunca. Se podría decir que fue el plantón más inoportuno de la historia. 

¿Qué hago? ¿Le digo todo el discurso que llevo elaborando año tras año? ¿Finjo indiferencia? ¿Me invento una vida increíble para darle envidia? No sé qué hacer la verdad, esto no estaba previsto. 

—Pues he montado un negocio con unos amigos en este edificio. ¿Y tú que haces aquí? —pregunta poniendo cara de niño bueno. 

—Planta treinta y ocho —contesto secamente. 

—¿Cómo? 

—Que trabajo en la planta treinta y ocho… —musito con gran parquedad. 

—¿De verdad? —“¿Por qué narices se emociona tanto? Como si yo le interesase un ápice. Si le hubiese interesado algo me hubiese buscado hace años.” Me pregunto enfurruñada— ¿Y dónde trabajas? 

—En la revista In Style, soy periodista —confieso bostezando. 

—¿Periodista? —pregunta sorprendido—. Que interesante… 

—Muchísimo. —Añado mirándome las uñas—. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas? —pregunto por compromiso. 

“¡Mierda! Ahí va la buena chica.” —Pienso, mientras finjo cordialidad para que el momento no sea demasiado incómodo. 

—Soy Analista financiero. 

—¿Qué aburrido, no? —No es que quiera ser impertinente, es que realmente me parece aburrido. 

—Bueno, cuestión de gustos. La verdad es que no me puedo quejar. Es algo que está en auge —explica poniendo cara de póker—. ¿Y qué opina tu marido sobre que seas periodista? 

¡Por Dios! Qué manera más cutre de sonsacarme si tengo pareja. ¿Qué le importará a él? ¿Quiero que él sepa de mi estado? Sin saber por qué abro la boca. 

—No opina nada porque no tengo —mi respuesta es prácticamente automática— ¿Y tu mujer qué dice de tu apasionante trabajo? 

—Mi ex mujer cree que mi trabajo es un asco —confiesa haciendo una pausa—. A ella únicamente le interesaba mi dinero… 

—¡Vaya, lo siento! —pobrecillo, aflojaré un poco. 

—No me extrañaría que la muy pécora intentase matarme —me explica echándose a reír ¿Qué mala, no?—, para ella valgo más muerto que vivo, por lo menos hasta que formalicemos el acuerdo de divorcio… 

—Vaya… que interesante —digo sin saber muy bien cómo reaccionar. ¿Por qué se sincera así conmigo? 

—Te veo guapa. Hacía mucho tiempo que quería decirte que… 

Se abren las puertas del ascensor. Hemos llegado a la planta baja. Un miedo insuperable se apodera de todos los músculos de mi cuerpo y esquivando a la gente echo a correr. ¿Habéis visto que valiente soy? 

— ¡Adiós vecina! —escucho en la lejanía. 

Salgo corriendo a la calle. Me siento ahogada. ¿Me estará dando un infarto? Realmente no me extrañaría. Ha sido un shock en toda regla. Sin darme cuenta desvío mi mirada hacia el reloj que hay en la fachada del edificio de delante. ¡Son ya las 10:30! Tengo que llegar a Le Cirque en 30 minutos… 

El recorrido en coche si no hubiese tráfico es de diez minutos pero a estas horas de la mañana y en Nueva York puede pasar a ser treinta o cuarenta perfectamente. Podría ir en metro pero como paga la revista cogeré un taxi, así que lo que tarde tardaré. Así tendré tiempo de pensar en mis cosas. 

Hubiese deseado decirle tantas cosas… y me he limitado a callar y a mirarlo delatando que todavía siento algo por él. ¿Qué hago ahora con esos sentimientos? No puedo permitirme esta flaqueza, no puedo perdonar así como así lo que me hizo. ¿Cómo acabará esto? 

Capítulo 6 - El taxi llega con milagrosa puntualidad a la puerta de Le Cirque. Bajo apresurada y observo la fachada del restaurante. Es realmente opulenta y me siento un poco abrumada antes de entrar. 

Entro con cautela del mismo modo que lo haría una gacela en un prado de la sabana africana, midiendo cada uno de mis movimientos, observando todo a mi alrededor intentando ubicarme y a la vez serenarme. Estoy en Le Cirque, voy a entrevistar a una famosa novelista y en lo único que puedo pensar es en mi desafortunado encuentro con Billy. 

Oteo la sala en busca de Marion y justo cuando estoy a punto de preguntar al maître veo como una mujer al fondo del salón reclama mi atención moviendo suavemente su mano izquierda. Camino con decisión hacia ella. Mientras me aproximo hago una rápida evaluación: Mujer de mediana edad (quizás cincuenta años), estilo clásico vistiendo, enjoyada hasta las cejas y estucada de maquillaje de arriba abajo… 

—¡Joven! —me inquiere mientras me voy aproximando. 

—Buenos días… —observo su perplejidad mientras me siento en la mesa—. Es realmente un placer para mí conocerla. 

—Para mí también querida, pero…—confiesa incomoda. ¿Por qué se habrá puesto tan tensa? 

—Siento la tardanza, pero ya sabe… es prácticamente imposible atravesar esta ciudad en hora punta —explico dejando en la mesa mi bloc de notas. 

—¿Pero a dónde han ido a buscar el sirope de arce que he pedido para mis tortitas? —pregunta la mujer muy sorprendida. 

—¿Hace mucho que lo espera? —pregunto siguiéndole la corriente. “Cosas de los ricos” pienso, mientras desenfundo mi pluma Mont Blanc. 

—Sí, la verdad es que sí. ¿Usted, no? —me pregunta señalando las tortitas. 

—No, muchas gracias, pero ya he tomado una muffin. En todo caso un zumo fresquito. 

—Pero… —la cara de la mujer comienza a cambiar poco a poco— ¿Qué hay de lo mío? —¡Qué mujer más impaciente, Dios mío! Creo que no me llevaré bien con ella. 

—Vamos a ello…—digo en voz baja intentando decidir por donde quiero empezar la entrevista—. ¿Cómo nace la idea? Es decir… 

—¡¿Qué?! —Pregunta escandalizada— ¿Me está tomando el pelo? 

—En absoluto… solo es que yo… creo que sería interesante saber porque se decidió a tomar un camino u otro a la hora de… 

—Pues porque me ha dado la gana —dice enrojeciendo—. ¿Cree que estoy gorda, verdad? ¿Se trata de eso? —¿De qué está hablando? Esta mujer está loca. 

—No, no… para nada, está estupenda. 

—¡Pues he pedido tortitas con sirope de arce porque me ha dado la gana! —dice gritando y tirando de su collar de perlas—. ¡Porque he querido! ¡Porque me apetece! 

—¡Está bien! Tranquilícese… ¡Por favor, no se altere! —creo que le va a dar un infarto a la mamarracha esta. 

—¡Quiero poner una reclamación! —comienza a gritar. 

“¡Qué mujer más excéntrica! Serán cosas de la fama.” —Pienso observándola como aquel que observa a un chimpancé golpeándose el pecho furibundo. 

—¡Camarero! Que venga el maître ahora mismo —empiezo a estar realmente asustada, ¿he de pasar toda una semana con esta histérica? 

Ansiosa, da un sorbo extremamente sonoro al vaso de agua y comienza a híper ventilar. A lo lejos veo como un caballero muy distinguido con el pelo peinado hacia atrás, con una cabellera exageradamente brillante debido a la gomina, se acerca a nosotras. Unas cuantas mesas más allá una mujer de pelo corto blanco observa muy entretenida nuestro espectáculo: 

—Señoras, ¿puedo ayudarlas en algo? —pregunta el maître muy servil. 

—¡Esta empleada suya me ha insultado! —grita la mujer señalándome. 

—¡¿Qué?! —¿de qué está hablando la loca esta? Creo que me ha confundido con otra—. Yo no soy ninguna empleada… soy Daphne McGraw, de la revista In Style. 

—¡Una cámara oculta! —grita de nuevo— ¿Seré la nueva ballena de la semana, verdad? —Se pone en pie, coge con violencia el plato de tortitas y como si de un frisbee se tratase me lo lanza. Con gran agilidad lo esquivo y también me pongo en pie—. ¡Quiere robarme una foto engullendo para su revista! 

—¡No, no! —exclamo separándome de la mesa como si quemase—. He venido a hacer una entrevista… 

—¡Mentira! Se ha sentado en la mesa intentando sonsacarme. Quería pillarme in fraganti —grita mientras se dirige a la salida corriendo—. ¡Quería convertirme en la gorda del mes! 

La situación es un tanto incomoda. Noto como me estoy poniendo roja. Miro tímidamente al maître que me está lanzando una mirada homicida y le digo amablemente: 

—¿Una reserva a nombre de la señorita Marion Klein? 

De pronto la mujer del pelo blanco que observa animadamente nuestra discusión alza el brazo y me sonríe amablemente. Recojo rápidamente mis cosas y voy hacia ella: 

—¿La señorita Klein? —pregunto para asegurarme completamente. 

—Llámame Marion, por favor —me dice extendiendo la mano. 

Capítulo 7 - Ha pasado tan solo una hora y me da la sensación de conocer a esta mujer de toda la vida. Charlamos como si fuéramos dos viejas amigas que se han reencontrado y poco a poco mi artículo sobre ella va quedando en un segundo plano. Reímos con gran complicidad y sin saber bien como, sale el dichoso tema: 

—Yo me llevé un gran desengaño cuando tenía dieciséis años y no he querido saber más sobre el tema del amor… —confieso suspirando e intentando no pensar en Billy—. Desde entonces, ¡nada de hombres! 

—¿Lesbiana? —pregunta dando una calada a su cigarro. 

Esta Marion Klein debe ser una tipa importante en este sitio. Cuanto menos una buena clienta. Nadie fuma salvo ella y pese a eso no le ha llamado la atención. 

—¡No! —contesto rápidamente—. Simplemente he evitado el asunto. 

—¡¿Veintiún años?! —pregunta poniendo los ojos en blanco—. Has de explicarme como se hace eso porque yo no puedo estar sola ni una semana... —confiesa echándose a reír—. Todos son unos malditos cerdos, pero... —da de nuevo una calada aún más profunda y expulsando sensualmente el humo por la boca dice— que divertida hacen la vida los mal nacidos. 

—Yo opino que es uno mismo quien se labra el camino. Es decir, creo que la felicidad no depende de factores externos, es uno mismo quien tiene la capacidad de ser feliz o no serlo. Por eso es científicamente posible renunciar al amor. 

—Perdona que te lo diga, pero eso suena a ciencia barata y artificial —reprocha apagando el cigarro en el cenicero—. El amor es el motor que lo mueve todo. No necesariamente debe ser amor de un hombre hacia una mujer o entre sí o a la inversa. En todo hay un poquito de amor. En la relación entre padres e hijos, en las relaciones de amistad, hacia los animales, hacia las aficiones que uno tenga.... hay gente loca como yo que llega a enamorarse de su trabajo. Así que me perdonarás, pero no tolero que digas que se puede vivir sin amor. 

—Visto así podría llegar a darte la razón, pero sí se puede vivir sin los hombres —añado con rotundidad. 

—¿No serás monja, verdad? —dice encendiendo otro cigarrillo—. Yo me he casado cinco veces y si se me presentase la ocasión lo haría una sexta. La vida es aventura, hay que dar al traste con todo. Lo que sea será y pasará cuando pase, yo no me cierro a nada. 

—Realmente me gustaría poder ser como tú en ese aspecto, pero... —estoy a punto de decirlo, pero me callo. ¿Qué tendrá esta mujer que me está haciendo abrir de esta manera tan exagerada? 

—Pero... —dice intentando tirarme de la lengua. 

—Nada, simplemente yo... 

—Tú... 

—¡Yo estoy muy enfadada! —exploto sin poder evitarlo—. Esta misma mañana, antes de venir a verte, me he topado por sorpresa, ¡después de veintiún años sin vernos!, con mi ex novio Billy y no he sido capaz de decirle nada de lo que tenía pensado decirle después de todos estos años. Ha ganado como siempre la chica buena. 

—¡Camarero! —grita Marion acompañando un silbido—. ¡Tráiganos unos Margaritas! —se gira hacia mí, acaricia amigablemente mi mano y me dice—. Cuéntamelo todo. 

Una hora más tarde me siento tremendamente animada. Soy capaz de hacer lo que sea. Es como si me hubiese chutado una sobredosis de vitalidad. ¿Habrá sido la compañía de Marion? ¿Su júbilo? ¿Su seguridad? O, ¿han sido los cinco margaritas que me he tomado mientras hablábamos? Por el motivo que sea, me siento decidida, me siento capaz. 

Iré a hablar con Billy y le diré todo lo que pienso, todo lo que siento hacia él y lo que me ha hecho sufrir su recuerdo durante estos años. Quiero una explicación y la quiero ya. No me vale es falsa cortesía que ambos hemos escenificado en el ascensor. No quiero montar un teatrillo cada vez que nos encontremos. Quiero la verdad y quiero saberla hoy. Al fin sabré porque me abandonó la noche del baile de graduación. Por fin sabré porque no estuvo junto a mí la misma noche en que mi padre murió. 

Capítulo 8 - La quedada con Marion Klein se ha alargado más de lo que esperaba. Lo que en principio iba a ser un brunch se ha convertido en una comida y si me descuido nos da la hora de la merienda. Lo cierto es que me he quedado fascinada con ella. Hemos conectado de maravilla y estoy convencida de que realmente hemos hecho buenas migas. No sé cómo, pero haber conversado con Marion ha hecho que me sienta fuerte, me ha dado el valor suficiente para que hable con Billy de una vez por todas. 

Mientras camino hacia la parada de taxis más próxima a Le Cirque voy recapitulando lo que haré y lo que le diré. Quizás empiece diciéndole que no hay excusa que valga a lo que hizo. No, empezar así quizás sea demasiado agresivo. Podría decir: “Por cierto… ¿Qué estabas haciendo durante el baile, cuando mi padre murió en un accidente de coche?”. Está bien, esto es demasiado a bocajarro. No sé, quizá es mejor no pensar. Será mejor improvisar y ver cómo evoluciona la conversación sobre la marcha. 

Camino y siento como si flotase. Eso es el alcohol que comienza a pasarme factura. Puede que debiera irme a casa y dejar para mañana la conversación con Billy. Después de todo han pasado veinte años, ¿qué pasa por posponerlo unas cuantas horas? De repente recuerdo que he quedado con Ashley para tomar una copa y así animarla después de su ruptura con Brian, su exnovio de fin de semana que se ha ido a Minsk. 

Ya se lo que haré. Tal y como había planeado, iré a darme un masaje o un baño a una cabina de flotación sensorial y así estaré completamente relajada para mi gran charla. Aprovecharé también para dormir un poco la mona porque he de reconocer que voy un poco contenta. Mientras avanzo calle arriba veo cómo voy haciendo eses. 

Al llegar a la parada veo que no hay ningún taxi disponible y se me ocurre la brillante idea de meterme borracha en el metro. Pienso para mí misma que nadie se dará cuenta porque en el metro hay mucha gente rara. 

Una vez dentro, consigo sentarme en uno de los asientos y sin saber cómo, me quedo traspuesta. Puede que unos segundos, quizás unos minutos... ¡¿Llevo durmiendo 30 minutos?!. Rápidamente me pongo en pie y veo que la próxima parada es “Queens Plaza”. Subo pausadamente las escaleras con la esperanza de coger un taxi que me lleve directamente donde quiero ir y frente a la parada veo un centro de estética que se llama “Algo... Bodie Care”. No logro ver bien el nombre, me acerco y veo la silueta de una mujer en el logotipo y definitivamente me decido a entrar: 

—Buenas tardes —me contesta una mujer tras un mostrador—. ¿En qué puedo ayudarla? 

—Pues me gustaría darme un capricho para el cuerpo —confieso distraídamente mientras miro a mi alrededor. No tiene pinta de centro de belleza. 

—¿Completo? 

—¿Qué precio tiene? —pregunto desconfiadamente. 

—Un completo son 100 dólares durante una hora. 

—¿Integral? —insisto sorprendida ya que me parece realmente barato tratándose de un masaje, una sesión de flotación y un tratamiento exfoliante. 

—Sí, claro. 100 dólares completo —contesta de manera impertinente—. ¿Mujer u hombre? 

—¿Yo? Mujer —contesto sin entender de qué está hablando. 

—¿Está borracha? —pregunta la señora sin ningún pudor—. Aquí no queremos escándalos... 

—¿Yo? Para nada... Jet lag, eso es todo... acabo de llegar de un viaje de negocios desde Tokio y por eso quiero un poco de relax —¿Me habrá creído?. No tengo pinta de venir de viaje. 

—¿Entonces quiere que se lo haga un hombre o una mujer? —pregunta con insistencia— ¿Quiere mirar el catálogo? 

—No, no... Póngame a la que mejor lo haga. 

Descuelga el teléfono y llama a una tal Katsumi. Me pide que la acompañe y abre una puerta corredera que hay junto al mostrador. Al abrirla una corriente caliente envuelve mi cuerpo, me muestra una especie de vestuario y me pide que guarde mis cosas en una taquilla y que me ponga una toalla. 

Como puedo, pues aún me siento cargada, dejo mis pertenencias en la taquilla y me pongo la llave atada a la muñeca. Salgo tranquilamente al pasillo y veo una flecha que pone “jacuzzi”. Al llegar al borde veo que hay tres hombres que me observan de manera extraña. Instintivamente sujeto con fuerza la toalla y durante unos segundos dudo entre si meterme o largarme de tan comprometida situación. 

—Buenas tardes guapa —dice uno de ellos de una manera que me parece asquerosa. 

Me siento violenta y me retiro tranquilamente, como si hubiese olvidado algo en mi taquilla. Cuando estoy de vuelta en el pasillo me encuentro con la masajista. Educadamente me indica la sala de masajes: 

—¿Hace mucho que trabajas aquí? —pregunto intentando romper el hielo. 

—Mucho —contesta con sequedad, probablemente porque no debe conocer bien mi idioma—, ¡todo fuera! ¡bragas Fuera! —me ladra con mala educación. 

—Pero… —digo con debilidad sujetando con fuerza la toalla. 

—¡Bragas fuera para masaje! 

—Vale, vale… 

Lentamente me revuelvo dentro de la toalla intentando quitarme la ropa interior sin quedarme desnuda. Me siento intimidada y muy incómoda. Mientras estoy montando el numerito de strip-tease amateur me da un mareo y me caigo más allá de la camilla. Avergonzada me pongo en pie y sonrío a la masajista esperando una muestra de compasión y de repente dice: 

—¡Tiempo pasa! Tú tumbarte venga. 

Jamás había sido tratada tan mal, ¡sobre todo pagando! Me siento tan mareada que me tumbo y me dejo hacer. Estando boca abajo me relajo y dejo que la masajista haga. Noto como comienza a masajear mi espalda con las manos, siento como comienza a deshacer los nudos de tensión que tengo en el cuello, comienza a acariciar suavemente mis omoplatos, mi columna, la parte baja de mi espalda, mis muslos… 

De repente noto como posa su cuerpo sobre el mío. ¿Está desnuda? Creo que sí. Puedo notar su piel caliente sobre la mía. ¿Continúo borracha dormida en el metro o realmente esto está pasando? El masaje aumenta la intensidad y comienzo a notar como golpea sus pechos contra mi espalda. ¡¿Pero qué tipo de sitio es éste?! 

—¡Vuelta! —grita la masajista. 

Todo se comienza a nublar y un miedo irrefrenable me invade. Lentamente voy rotando hasta que llego a estar completamente boca arriba. Tengo los ojos cerrados. Estoy sudando y el corazón se me acelera. Poco a poco abro los ojos y es cuando casi sufro un infarto. Sentada sobre mí, completamente desnuda, la masajista hace movimientos espasmódicos tratando de darme un masaje con su… ¡No puedo ni decirlo! 

Automáticamente y casi sin pensarlo me pongo en pie. Sin darme cuenta por el espanto me he puesto en pie lanzando a la masajista al suelo. Entre la vergüenza, el miedo, la rabia y el arrepentimiento recojo mi sujetador y las bragas y salgo corriendo por el pasillo. 

La masajista me persigue gritando por el pasillo y de pronto… ¡Zas! Me cae la toalla y recorro los últimos metros hasta llegar el vestuario desnuda. Eso sí, con la buenísima suerte que en ese momento los cerdos salidos que estaban en el jacuzzi avanzan en dirección hacia donde estoy. Creo que ahora sí se me ha pasado el efecto de los margaritas. 

Capítulo 9 - Ha pasado ya un rato y aún me siento ruborizada. Ha sido una situación muy embarazosa. Una vez en la puerta del establecimiento he podido comprobar por mí misma, ahora con mucha más lucidez que cuando he entrado, que se trataba de un establecimiento de relax para adultos: “Hot Bodies & Care” 

Como recompensa Karmica al salir del local rápidamente he encontrado un taxi y me he montado en él. Voy de vuelta al Flatiron a recoger a Ash a la oficina, pero no sin antes hacer una parada en una de las plantas inferiores. De pronto suena mi teléfono móvil. Veo en la pantalla la fotografía de Josh: 

—¿Dónde te has metido todo el día?—pregunta ansioso, oigo mucho ruido a su alrededor. 

—Trabajando. ¿Y tú dónde estás? ¿Qué es ese ruido? 

—Estoy en el Madison —contesta gritando—. Estoy viendo un partido de Hockey. 

—¿De hockey? —Pregunto con incredulidad—, ¿tú? 

—Sí, estoy buscando un buen mocetón —confiesa con completa naturalidad. ¿De dónde habrá sacado semejante idea? 

—Esta mañana he leído en una revista que para encontrar el amor hay que salirse de los senderos que habitualmente uno recorre… —dice haciendo una pausa y de pronto lo oigo gritar— ¡Eso ha sido falta árbitro! —de nuevo una pausa y escucho como le dice algo a alguien cercano a él— ¿No te ha parecido falta? Guapo… 

—¡Josh! —Grito intentando captar su atención, el taxista me mira de reojo por el espejo extrañado— Tengo algo importante que explicarte. 

—Dime, cara. Soy todo oídos. ¡Gol! —de pronto escucho una voz que no conozco. 

—En hockey cuando un jugador marca se dice que ha anotado un punto. No se les llama goles. 

—Ah… —escucho que Josh está a punto de insinuarse— ¿Cuándo acabe el partido querrías tomarte una cerveza conmigo y explicarme estas cosas mejor? —hay un momento de silencio con mucho ruido ambiental y al fin el desconocido dice. 

—Eso está hecho. 

—¡Josh! —grito de nuevo. 

—Todo tuyo, perdona. Tenía que ser ahora o nunca… 

—Bien, escucha atentamente. —Explico tomando una bocanada de aire—, ¡esta mañana me he encontrado con Billy! 

—¡¡¿Billy?!! —exclama escandalizado. 

—Sí… Billy Mackenzie, resulta que trabaja en mi mismo edificio. 

—¿Tu Billy? —dice como si hubiese entrado en estado de shock—, ¿el Billy de Stony Point? —toma aire y de repente me dice de carrerilla—, ¿el Billy que te plantó? ¿El mismo que te rompió el corazón y te dejó emocionalmente disfuncional? ¿El que...? —de pronto le corto con rotundidad. 

—¡Sí, ese Billy! –el sonido tajante de mi voz hace que me tome un segundo-. Deja de hurgar en la herida. 

—¿Y qué le has dicho? ¿Qué te ha dicho él? ¿Qué ha pasado? Cuéntamelo todo —me dice prácticamente enloquecido. 

—No le dije nada. Me quedé bloqueada, pero… 

—¿Vas a volver a verle? 

—Sí. De hecho ahora mismo voy a su oficina. 

—¿Habéis quedado? 

—No exactamente. He decidido decirle todo lo que pienso. Hoy pasaré página de una vez por todas. 

—¡Bien hecho! —de nuevo se pone a gritar. ¿Me lo dice a mí o al equipo que está jugando?— ¿Quedamos luego y me explicas que te ha dicho? 

—De acuerdo, he quedado con Ash para animarla. 

—¿Qué le pasa? 

—La ha dejado el novio. 

—¿Ash tenía novio? 

—Es una historia muy larga, luego te cuento. ¿A las 21.00 en el Chic Flamingo? 

—Hasta entonces. Suerte con Billy. 

Al colgar me siento fuerte y animada, deseosa de acabar con esto de una vez por todas. Siento que algo ha cambiado en mí. ¿Es el haberme encontrado con Billy lo que me está cambiando de un modo tan radical o han sido las sabias palabras de Marion Klein? Mientras espero a que el taxi me lleve a la oficina me acurruco en el asiento intentando relajarme. 

Sin poder evitarlo mi cabeza vuela a la noche del baile de graduación. Año 1989, de fondo suena el “Like a Prayer” de Madonna. Bailo con tanto ahínco que parece que la melodía sea quien guía mis movimientos, la sincronía es perfecta. El momento es perfecto. Me siento bien, soy feliz. 

De pronto todo se ralentiza, mi recuerdo pasa a reproducirse a cámara lenta. Veo como la señora Tingle se aproxima con decisión hacia mí. Algo malo está sucediendo, su cara refleja preocupación, tiene el rostro prácticamente desencajado. Miro a mi alrededor buscando a Billy pero no lo encuentro ¿Estará bien? ¿Le habrá sucedido algo? 

Suavemente me retira de la pista de baile y me acompaña al pasillo, fuera del gimnasio donde se está celebrando la fiesta. Respira profundamente, es como si le costase horrores articular el habla. 

—Cariño… —dice mirándome con los ojos llorosos— Has de ser muy fuerte e intentar no venirte abajo. 

—¿Qué ha pasado? —pregunto al borde del ataque de nervios—, ¿es Billy? ¿Le ha pasado algo? 

Me coge las manos y siento que está temblando, seguida me abraza fuerte, con extrema desesperación. Apoya su cabeza en mi hombre y con una voz horrorosamente quebrada me confiesa lo sucedido: 

—Tu padre ha tenido un accidente de coche mientras venía a recogerte… 

—¡¿Qué?! —pregunto intentando convencerme de que no está pasando— ¿Cómo?... ¿Cómo está? 

—Cariño... —Veo como un par de lágrimas brotan de sus ojos e intento ser fuerte ya que sé lo próximo que dirá—, tu padre ha muerto. 

Capítulo 10 - La noche ha caído sobre la ciudad casi sin haberme dado cuenta. Estoy frente al Flatiron sopesando los pros y contras de hacer lo que estoy a punto de hacer. Estando en el taxi me sentía convencida y segura, pero ahora no. La majestuosidad edificio me hace sentir pequeña, tanto como una hormiga. Sin aviso, un extraño temor se apodera de mí e intenta que desista, quiere que me marche. Pero no lo hago, continúo con el plan. 

Bien pensado, no entiendo porque le doy tanto crédito a lo que me ha dicho Marion. A fin de cuentas solo la conozco desde hace unas horas. Pero… ¿Por qué no logro alejar su voz en mi cabeza diciendo: “Hazlo, te sentirás como nueva. Será como arrancar una tirita. Puede que te duela pero una vez lo hayas hecho serás libre”? 

Respiro profundamente, entro en el edificio y voy hacia el índice de empresas donde espero encontrar la planta en la que trabaja. Con una rápida ojeada descubro que está en el piso veinte que es donde está Hamilton & Mackenzie Business Finance, su empresa. 

Entro en el ascensor y marco la planta 20. Estoy sola. A estas horas de la noche no suele haber demasiada gente por aquí. Por ello no puedo evitar escuchar el hilo musical, que por cierto, me parece atronador. No sé si será por los nervios o por el hecho de estar sola, pero el caso es que me parece que está tremendamente alto. 



Al pasar por el piso quince hago rápidamente un repaso de lo que le diré a Billy. Quiero ser rápida y contundente. Estoy preparada para enfadarme. Sé que no quedaré satisfecha con la explicación ya que no tiene excusa alguna. Aun así me gustaría no mostrarme resentida y dejar que se explique. Tendré que hacer un ejercicio de autocontrol, lo sé, respiraré hondo y no abriré la boca hasta que acabe. Lo juro, le dejaré hablar. 

Soy una mujer adulta, suficientemente madura como para estar por encima de según qué. Porque haya regresado de pronto a mi vida no comenzaré a comportarme como una quinceañera enamorada. 

¡Clin! Planta 20, allá voy. 

Recorro el pasillo hasta llegar a la puerta de Hamilton & Mackenzie Business Finance. Al estar frente a ella veo que está abierta, aprovechándolo entro con sigilo y atravieso la recepción. A lo lejos oigo la voz de Billy, habla con una mujer: 

—¡No cederé a tus chantajes! —grita. 

—Si no me das lo que es mío te arrepentirás —replica la mujer enfurecida. 

—¡Búscate la vida de una vez por todas! —Billy está realmente alterado, quizás no sea el momento más adecuado para hablar sobre lo nuestro— Primero viviste de tu padre, luego de mí… ¡Pobre del próximo al que le chupes la sangre! ¡Eres cómo una garrapata! 

—Mide tus palabras o… 

—¿Qué? —pregunta con sequedad—, ¿qué me vas a hacer? 

—Vigila tus espaldas… —añade gélidamente antes de colgarme. 

Lo que acabo de escuchar me ha dejado la sangre helada. Me parece increíble que Billy haya acabado con una mujer que lo trata con tan poco respeto. Al margen de lo que nos sucedió a nosotros siempre fue una buena persona. ¿Puede haber cambiado tanto en estos años? 

Decido posponer el asunto unos cuantos días y darle una pequeña tregua. Cuando me estoy retirando me doy cuenta de que alguien ha entrado al despacho. Puedo ver su silueta a través del cristal biselado que separa el despacho del pasillo. Despreocupada, me encamino hacia el ascensor pero la voz del hombre que ha entrado al despacho hace que me detenga. Es una voz grave, diría que está tenso. De repente escucho con total claridad: 

—Deberías vigilar con quien haces negocios… —la frase llama mi atención y observo desde el quicio de la puerta— esta vez te va a salir caro. 

Me he quedado pegada al suelo. Todos mis músculos se han quedado rígidos, soy incapaz de moverme. Noto como un tembleque nace en los dedos de mis pies y poco a poco va subiendo hasta llegar a mis rodillas. 

Tras el mensaje amenazante, el misterioso individuo levanta la mano derecha y con claridad, pese a la opacidad del cristal, distingo que empuña un arma. Acto seguido le dispara. El sonido está amortiguado, suena mucho menos de lo que yo me imaginaba que suena un disparo. A continuación el individuo se echa a reír y dice: 

—¡Por un trabajo bien hecho! 

La frase hace que me estremezca. Todo mi sistema nervioso se pone en marcha y salgo pitando de allí. Mientras recorro el pasillo hasta llegar al ascensor noto como si alguien me observase, pero me niego a girarme. Presiono el botón con fuerza rezando para que las puertas se abran con rapidez, y cuando al fin entro en éste me dejo caer y me echo a llorar: 

¡He perdido a Billy para siempre! 

Siento exactamente la misma sensación de desamparo que experimenté cuando la señora Tingle me dijo que mi padre había muerto. Me siento abatida y abandonada. ¿Dónde estaba Billy? ¿Por qué no estaba conmigo en ese momento? ¿Por qué no dio señales de vida en los días posteriores? 

De repente me doy cuenta de que mis preguntas quedarán sin respuesta para siempre y una sensación de pena me embarga por completo. 

Así que al parecer, después de todo, sí pasaré página… 

Capítulo 11 - Al salir del ascensor, corro a avisar al guarda de seguridad. Le pido que llame a la policía pero él insiste en verificar el suceso por su cuenta. Me invita a acompañarle, pero me niego en rotundo, decido esperarle en su garita, lejos de esa horrible imagen que se repite una y otra vez en mi cabeza. Al marcharse, me quedo sola y muerta de miedo en la desolada recepción del edificio. 

Es entonces cuando caigo en que Ash me estará esperando y decido llamarla. Busco en mi bolso y no encuentro el teléfono móvil ¿Dónde lo habré dejado? Como no lo encuentro decido llamar desde el teléfono de la garita: 

—¡Ash, soy Daphne, estoy en la recepción del edificio! —parece que me vaya a dar un infarto, me cuesta respirar y mi voz suena temblorosa— ¿Puedes bajar? 

—Claro ¿Te encuentras bien? 

—No mucho. Baja y te lo explicaré. 

—Enseguida bajo. Voy a recogerlo todo y a cerrar —se hace un silencio al otro lado de la línea—. Un momento cariño, hay alguien en la puerta… 

—Perdone, ¿conoce a la propietaria de este móvil? 

Esa voz me suena... ¡Dios! Es el asesino ¡Sabe dónde trabajo! 

—¡Ash! ¡Ash! —grito intentando llamar su atención. 

—Sí, este es el móvil de mi amiga Daphne. Lo reconozco por la calaverita, se la regalé yo —confiesa con amabilidad—. Gracias por traerlo. 

—De nada, un placer poder ayudar. La señorita Mcgraw iba con mucha prisa la última vez que la vi —explica con su siniestra voz de asesino—. Le cayó del bolso y también este tarjetero. 

—Siempre va correteando por todas partes… —dice despreocupadamente— Un día de estos perderá la cabeza. 

—Probablemente la pierda —añade el asesino echándose a reír—. Buenas noches, señorita. 

—Espéreme y compartimos ascensor… 

—¡No, Ashley, aléjate de él! —le grito de nuevo para que corte la conversación. 

—Iré por las escaleras, solo he de bajar unos pisos. 

—Bien, como quiera. Gracias de nuevo. 

Creo que la cabeza me va a estallar. Se me ha hecho un nudo en el estómago y un hilillo de sudor frío se me enrosca alrededor del cuello como si se tratase de un colgante hecho a base de perlas de sudor. De repente un escalofrío hace que me ponga en pie justo cuando por fin Ash se pone al aparato: 

—Eres una mujer con suerte. 

—¡Ash! Escucha con atención… 

—Dime, querida. 

—Corre al ascensor, métete en él y aléjate de ese hombre lo antes posible, ¿entendido? 

—¿Ya estamos con lo mismo de siempre? —pregunta enfadada—. ¡No me voy a enamorar de éste así como así! Ni que yo fuese una adicta a los enamoramientos… 

—¡Es un asesino! —le grito desesperada— Acaba de matar a un hombre y yo lo he presenciado, ahora gracias a ti sabe dónde trabajo. 

—¿Un asesino? —pregunta incrédula—. Pues la verdad es que no me lo ha parecido… 

—¿Y cómo se supone que es un asesino? —pregunto irritada. 

—No sé… este hombre era muy cortés y educado. Bien pensado… sí, sí que podría de enamorarme de él. Además, era muy atractivo —confiesa suspirando, oigo que ha entrado en el ascensor. 

—¡Eso! —grito de repente como si me hubiese venido una gran idea a la mente— ¡Retén su rostro en la mente! Haremos un retrato robot, seguro que eso ayudará a la policía. 

—Nunca se me ha dado bien dibujar. ¿Lo harás tú, verdad? 

—¡Sí! Ven rápido. 

Me siento tremendamente tensa, noto la espalda agarrotada y la columna como si fuese una S. Cualquier movimiento me duele, eso no hace más que reafirmar que estoy teniendo un día horrible. El almuerzo con Marion parece que haya sido hace semanas, la reunión con las lobas ahora parece a años luz. 

Haber presenciado un asesinato ha hecho que los segundos se conviertan en horas y tengo la sensación de que el tiempo se ha detenido. ¿Dónde se ha metido Ashley? ¿Y el Guardia? De pronto suena el teléfono y casi me muero de la impresión, lo único positivo es que una de mis preguntas encuentra respuesta: 

—¿Dígame? 

—Oiga, ¿me está gastando una broma o algo parecido? —la llamada es del conserje, parece enfadado. 

—No, claro que no. ¿Por quién me ha tomado? ¿Qué sucede? 

—He subido a “Hamilton & Mackenzie” y no he encontrado nada. Está cerrado, no hay indicio alguno de que haya sucedido nada. ¿Quiere molestar a la policía de todos modos? 

—Por supuesto que sí. He sido testigo de un asesinato —contesto con rotundidad. 

—He encontrado a dos caballeros que salían del despacho y me han dicho que todo estaba en orden. ¿No le parece que hubiesen escuchado un disparo estando allí? 

—No estoy loca, ¿sabe? 

—Me resulta difícil decir esto, pero… ¿está usted bajo tratamiento psiquiátrico? 

El comentario me parece tan impertinente que no le respondo, simplemente le cuelgo. Salgo de la garita y me encuentro con Ashley que está esperando en el vestíbulo pese a que le he dicho que estaría en el puesto del conserje. En fin, cosas de Ash, no sé de qué me sorprendo. 

A continuación respiro hondo e intento aclarar mis ideas decidiendo tratar el asunto con la máxima frialdad posible. En cuestión de pocos minutos decido que investigaré por mi cuenta. Concluyo que primero lo mejor será ponerle cara al asesino y después tirar del hilo a partir de ahí. Sí señor, eso haré. Primero dibujaré un retrato del asesino y seguidamente se lo haré llegar a la policía. ¿Por qué no iban a creerme? 

Capítulo 12 - Son las 21.30 y estamos sentadas en el Chic Llamingo tomando unos margaritas, Josh se ha añadido a la “fiesta”. Les explico con todo detalle lo que me ha sucedido y ambos me miran estupefactos. Describo todo lo que he visto y oído y acto seguido les confieso lo que quiero hacer: ¡Quiero capturar al asesino de Billy y que se haga justicia! 

Durante un rato Josh se dedica a esbozar el retrato del asesino en una servilleta según las indicaciones que Ashley le va dando pero el resultado no es el todo correcto: 

—¿El asesino es Collin Farell? —pregunta Josh frunciendo el ceño. 

—¿Al menos se le parecía? —le pregunto a Ash con desesperación. 

—No demasiado la verdad… Quizás era más como Owen Wilson —responde mirando distraídamente hacia la pista de baile—. Una mezcla entre Kurt Russell, Denis Quaid y un poquito de… —hace una pausa y mueve las manos como si tratase de ganar tiempo para recordar el nombre— Eddie Murphy. 

—¿El asesino es negro? —pregunta Josh poniendo cara de póker. 

—No —responde Ash con seriedad. 

—¿Entonces en qué se parece a Eddie Murphy? —pregunto a punto de pegarla. 

—No sé… tenía un no sé qué… 

—¡¿Qué?! ¿Qué es lo que tenía? —creo que me sale espuma por la boca—, ¿te das cuenta de lo importante que es esto para mí? 

—Lo sé, cariño. Sé que literalmente han matado tu última oportunidad de tener novio. Después de esto te hundirás por completo y todo se habrá acabado —habla como si tal cosa, de manera despreocupada y superficial. Parece que nos esté explicando que se le ha roto una uña o algo parecido, su actitud me desquicia—. ¡Ya sé! Tenía el sentido del humor de Eddie Murphy. 

—¿El asesino te explicó un chiste? —pregunta Josh con incredulidad mientras continúa dibujando rostros en una nueva servilleta. 

—Me rindo, dejémoslo estar… 

—¡Tómate otro margarita! —dice Ash poniéndose en pie y corriendo a la pista de baile— ¡Mañana lo verás todo de otra manera! Después de todo, sin cuerpo no hay delito. 

—¡Bingo! Tenemos que encontrar el cuerpo… —le digo a Josh en voz baja— Nos colaremos en la oficina de Billy. El guarda me dijo que cuando subió salían dos hombres y le dijeron que todo estaba en orden. Si el asesino estaba en mi planta con Ash y de la oficina de Billy salían dos empleados quizás quién lo mató no tuvo tiempo de sacar el cuerpo de allí… —hago una pausa en la que me sorprendo de mí misma y acto seguido exclamo— ¡Tenemos que ir ya! 

—¿Me estáis tomando el pelo, verdad? —pregunta Josh sacudiendo la cabeza—. ¡Necesito otro margarita! 

No puedo evitar echarme a reír, creo que otra vez estoy un poco borracha. ¿Se le puede llamar alcoholismo a lo mío? No. Simplemente estoy teniendo un mal día y hoy he aumentado el número de copas, eso es todo. 

Suspiramos profundamente y volvemos la vista a la pista de baile. En ella está Ash sacudiendo el esqueleto espasmódicamente al ritmo de “Rock that Body” de Black Eyed Peas. Vemos como poco a poco se va arrimando a un chico en la pista y como este la va rehuyendo. Lo persigue con insistencia durante toda la canción haciendo el pasadísimo de moda baile del robot, hasta que la canción acaba y sin darse cuenta ha llegado al borde de la pista en la que comienzan unos escalones y de manera inevitable se despeña. 

Josh va a por ella justo cuando mi teléfono móvil empieza a sonar, es Marion: 

—¡Buenas Noche Daphne! —dice animadamente— ¿Te cojo en mal momento? 

—No, dime —mi voz refleja preocupación. 

—¿Estás bien? —pregunta ipso facto—, ¿ha ido todo bien con tu ex? 

—La verdad es que no. 

—¿Qué ha sucedido? 

—Es una historia muy larga de explicar. En resumen: Él está muerto. 

—¡¿Qué?! —parece que Marion se haya caído de donde estaba sentada. 

—Fui a hablar con él tal y como me dijiste, y presencié su asesinato. 

—¡¿Cómo?! —parece atónita. 

—Me armé de valor y fui a hablar con él. Al llegar a su oficina escuche que discutía por teléfono con su ex—esposa y acto seguido un hombre entro en la habitación y le pegó un tiro. 

—Vaya... ¿Y qué ha dicho la policía? ¿Tú estás bien? 

—Yo estoy bien, pero el problema es que cuando el guarda de seguridad ha subido a comprobar lo que le he dicho, no ha encontrado indicio alguno de un asesinato —explico casi quedándome afónica, el cansancio me está apagando por momentos. 

—¿Y estás completamente segura de lo que viste? 

—Sí, cien por cien segura. 

—¿Y qué piensas hacer? 

—Unos amigos y yo acabamos de decidir que iremos a la oficina a echar un vistazo para ver si encontramos alguna pista. 

—Interesante... —añade Marion quedándose pensativa— ¿Podría apuntarme? 

—Bueno... —digo dubitativa. Me siento extraña con todo esto, no es como si se estuviese apuntando a ir al cine... ¡Vamos a buscar un cadáver!— ¿Estás segura de que alguien cómo tú quiere involucrarse en algo así? 

—Por supuesto, parece un buen argumento para una novela —confiesa sin ningún pudor—. Y de paso podría echarte una mano. Mi mente de escritora podría arrojar luz al asunto. 

—Pero si tú escribes novelas rosas... —espero que no haya notado que lo he dicho de manera despectiva. 

—Quizás ha llegado la hora de cambiar de género... —dice misteriosamente— En una hora en el Flatiron. 

Cuelgo y veo como Josh viene con Ash agarrada de la cintura. La pobre parece completamente perjudicada, hay quien no sabe beber. ¡Malditos Margaritas! Si no fuese por ellos ahora no estaría metida en este lío: 

—¿Preparados para jugar a los detectives? —pregunto colgándome el bolso. 

—¿Crees que es buena idea que nos colemos en la oficina de Billy? —pregunta Josh intentando escabullirse— ¿Y si todo ha sido un gran mal entendido? 

—¿Y si creen que hemos ido a robar material de oficina? —pregunta Ash haciendo grandes esfuerzos por evitar el hipo. 

—Es imposible que esté equivocada. Sé lo que he visto y lo defenderé hasta que me muera. 

—Una vez robé una grapadora en la oficina y cuando pasé por el arco de seguridad pitó y casi me muero de la vergüenza —confiesa echándose a reír. 

—¡Eso es! Gracias Ashley —exclamo ilusionada. 

—Siento decírtelo, pero... —añade rápidamente— La grapadora era para mí. 

—¡No es eso! Quiero decir que el asesino no puede haber salido del edificio con el arma sin haber sido pillado. Luego entonces la debe haber escondido en algún sitio... —digo quedándome pensativa— ¿Alguno de vosotros tiene un detector de metales? 

—Por supuesto... nunca salgo de casa sin él —dice Josh con sorna— ¿Te has vuelto loca? ¿Qué clase de plan es este? ¿Te parece lógico lo que estás diciendo? ¿Cómo vamos a encontrar una pistola en un edificio de tantísimas plantas? 

—Lo más lógico es que la busquemos en Hamilton & Mackenzie. 

—¿Y cómo piensas entrar? —pregunta Josh exponiendo todas las trabas que se le ocurren para convencerme de que desista. 

—No lo sé, cuando estemos allí algo se me ocurrirá... diré que olvidé algo en mi oficina y pararemos unos cuantos pisos por debajo, nadie nos dirá nada —de pronto hago una pausa y recuerdo que Marion vendrá con nosotros—. Por cierto, vendrá con nosotros una amiga. 

—¿Qué amiga? —pregunta de pronto Ash—, ¿la quieres más que a mí, verdad? —de pronto se echa llorar—. Todo el mundo me deja —y continúa llorando—. Primero Brian y ahora tú. Incluso el asesino pasó de mí... 

—No digas tonterías Ash. Tú eres la primera y la mejor. 

—¿Y yo qué? —dice Josh agotando la poca paciencia que me queda. 

—Tú eres el primero y el mejor —espero que cuele. 

—Entonces... ¿Quién es ella? 

—Marion Klein. 

—¡Marion Klein! —grita Josh— ¿La Marion Klein de “Surimi para principiantes”? 

—Sí. 

—¿La Marion Klein de “Yo quise a un hombre imperfecto”? —insiste Josh. 

—Sí. 

—¿La Marion Klein de las bragas y los sujetadores? —pregunta Ashley totalmente fuera de onda. 

—¡Ese es Calvin Klein, inculta! —increpa Josh y suspira profundamente poniendo los ojos en blanco— ¿Practicas en tu casa o estas cosas te salen solas? 

Sin decir más, salimos los tres del club y nos perdemos en la noche neoyorquina. Las luces de los coches se reflejan vivamente en las cristaleras de los rascacielos y por un momento la pena me embarga. Miro a Josh y sin necesidad de decirle nada me abraza. Ashley camina junto a nosotros saltando para evitar las rayas del suelo y de pronto se golpea contra una farola y cae desplomada. 

Una menos para jugar a “Buscando el muerto”. 

Capítulo 13 - Aunque me hubiese esforzado, esta mañana al despertar, no hubiese podido imaginar lo que me depararía el día. Ni en el más loco de mis sueños. Hoy ha sido un día totalmente atípico. De hecho, si estuviese siendo un día como los demás, a estas horas ya estaría en casa. Habría peinado a Rochelle y seguramente ya habría cenado alguna bazofia pre congelada. Probablemente estaría tirada en el sofá viendo la tele. Al mirar el reloj confirmo que así es, atípico de principio a fin, a estas horas ya estaría durmiendo delante del televisor. 

Al pensar en la hora miro a mi alrededor y compruebo que no hay mucho movimiento. No sé porque me extraña, New York es famosa por su incesante actividad, algo que me ha sorprendido desde pequeña. Siempre me ha llamado la atención saber que cuando yo duermo otros trabajan. Y no me malinterpretéis, sé que cuando yo duermo otros trabajan, eso es obvio. De ahí que existan los cambios horarios, hemisferios diferentes, etcétera. Me refiero a que me sorprende que dentro de mí misma ciudad haya otras personas con vidas y horarios totalmente distintos a los míos. Es como si ellos viviesen en una realidad paralela y yo ahora me hubiese colado en la suya a curiosear. 

En Stony Point, mi pueblo natal, se vive de una manera más tranquila. Es una pequeña localidad ubicada a escasos cuarenta y cinco minutos de aquí. Sin embargo, allí el ritmo es totalmente distinto. Es el típico pueblo norte americano, un lugar de esos en los que te sientes a gusto. Un buen lugar para crecer. 

Al morir mi padre me vi obligada a mudarme a Queens junto a Julianne, mi madre. Ellos ya hacía años que se habían separado. De hecho, ella fue quien nos abandonó cuando yo era pequeña. Por eso crecí junto mi padre. De ahí que el impacto que me causó su ausencia fuese tan acusado. Es obvio que yo estaba resentida con mi madre, no en vano ella me había abandonado, había renunciado a mí por un sueño egoísta. A su propia hija, a su familia. Por eso cuando mi padre murió las cosas fueron tan complicadas. No solo había muerto si no que debía abandonar mi vida, mis amigos, mis sueños y mis esperanzas. Era un terrible punto de inflexión. 

Estando en el instituto imaginaba que mi vida sería de una manera diferente. Creía que me graduaría, que marcharía a la universidad y que llegaría a ser una gran escritora. También creía que me casaría con Billy y que tendríamos muchos hijos. Soñaba con que nos compraríamos una casita en Stony Point y que viviríamos felices en ella hasta envejecer y morir. Pero esa fantasía se vino abajo la noche del accidente. 

Durante los primeros meses mi relación con Julianne fue pésima. Por mucho que ella se esforzase en complacerme y en intentar ayudarme en todo lo que necesitaba yo estaba demasiado dolida. No quería jugar a la familia feliz, era tarde para eso. Por ello discutíamos y discutíamos. Pasamos muchas semanas sin hablarnos. Para colmo, también estaba lo de Billy. Lo de mi odio hacia él. No entendía su comportamiento. De hecho no entendía nada de lo que había pasado, constantemente me preguntaba que porque a mí. 

Y así primero pasaron los días, luego las semanas y al final los meses. Sin darme cuenta diseñé de manera inconsciente una coraza a mí alrededor. Un muro impenetrable. Vaya que me volví una huraña de narices. A duras penas hice tres o cuatro amigas durante aquella etapa de mi vida. Por aquel entonces hubo alguien que me ayudó mucho, pero esa es otra historia. 

Fue entonces cuando me negué el amor. Decidí que nunca jamás volvería a querer a nadie, que nunca más volvería a abrir mi corazón… Ya había sufrido demasiado. No quería volver a pasar jamás por nada parecido ¿Os parece una decisión absurda? A mí en su momento no me lo pareció. En aquel momento consideré que era la postura más cómoda, pero… ¿Cómo he podido estar tan ciega? ¿Ha hecho falta que Billy muera para darme cuenta de lo que significaba para mí? Creo que lo he amado secretamente durante todo este tiempo. Es más, pienso que durante estos veinte años me he estado engañando, fingiendo que lo había superado, que me daba igual, pero es obvio que no. 

Y ahora la pregunta es: ¿He superado mi rencor hacia él? 

Capítulo 14 - Marion, Josh y yo nos encontramos en la puerta del edificio tal y como habíamos acordado. Rápidamente ultimamos los detalles del absurdo plan que Marion ha ideado. A Ashley la hemos enviado en taxi a su casa porque en el estado en que estaba, después del golpe, la borrachera que llevaba encima y teniendo en cuenta su poca claridad mental, hubiese sido más un estorbo que una ayuda. Y seamos francos, ya tenemos todas las de perder, no necesitamos ayuda extra. 

Al entrar al hall nos dirigimos hasta la garita del guarda de seguridad. Marion me sugiere que me esconda para que no me reconozca y poder sobornarlo de una manera mucho más convincente: 

—¡Disculpe! —grita Marion desde el vestíbulo mientras yo me escondo tras una de las columnas— Caballero ¿Podría tenderle una mano a una dama? 

—¿En qué puedo ayudarles? —pregunta el guarda aproximándose. 

—Es un tanto vergonzoso lo que le quiero comentar, pero… 

—Estaríamos profundamente agradecidos si se apiadase de dos pobres currantes que han cometido un error imperdonable —añade Josh. 

—Si está en mi mano poder ayudarles… —contesta el guarda amablemente. 

—Ambos trabajamos en Hamilton & Mackenzie —comenta Marion señalando a Josh—. El caso es que esta tarde un compañero nos filtró que pensaban despedirnos y al enterarnos le hemos escrito una carta a nuestros jefes diciéndole todo tipo de barbaridades… 

—¿Y qué importancia tiene si a fin de cuentas les van a despedir? —pregunta el guarda encogiéndose de hombros. 

—Pues verá… —dice Josh improvisando— Resulta que a quien han despedido es al compañero que nos lo ha filtrado —confiesa con aplomo—. Le estaban poniendo a prueba para ver si era fiable o no…—de nuevo hace una pausa, está totalmente metido en el papel— Su prueba consistía en ser discreto con el falso rumor que le han confiado. Y bueno, no ha superado la prueba. C´est la vie. 

—Y ahora ustedes quieren recuperar la carta, ¿es eso? —pregunta el guarda sonriendo con socarronería. 

—Solo necesitamos la llave y que nos deje subir. Nosotros haremos el resto —hace una pausa y rebusca en el bolso—. Sabemos cómo recompensárselo —dice Marion sacando de su billetero una generosa propina. 

Hay un momento de silencio y los tres se miran con intensidad. Parece que estén echando una partida de póker. Al fin el guarda extiende el brazo y acepta el soborno con aparente alegría, se retira a su garita y regresa con las llaves de la oficina: 

—Intenten hacerlo rápidamente —hace una pausa y susurra—. No quiero perder este trabajo. 

Una vez dentro del ascensor hablamos a base de susurros, como si estuviésemos haciendo algo malo, como si alguien estuviese vigilándonos: 

—¿Por dónde empezaremos? —pregunta Josh. 

—Deberíamos examinar la escena del crimen con el máximo detalle posible —explica Marion animada— ¿Te parece bien Daphne? 

—Sí, es buena idea. El objetivo es encontrar algo que demuestre que lo que he visto es verdad. 

—¿El arma o el cadáver, no? —dice Josh. 

—Bueno, eso o cualquier otra cosa. No sé, no es algo que suela hacer a menudo. Vaya, no suelo presenciar cada día un asesinato ¿Sabes? 

—¿Es la primera vez que buscáis un cadáver? —pregunta Marion con naturalidad. 

—¡Pues claro! —dice Josh subiendo la voz— ¿Y tú? 

—Algún día os explicaré lo que le pasó a mi segundo marido. Es una larga historia…—explica sonriendo— Solo os diré que la historia mezcla mariachis, tequila, pistolas y un tanga blanco. 

—¿Eso ha pasado o es alguna de tus novelas? —pregunto contrariada. 

—¡Hemos llegado! —dice eludiendo mi pregunta. 

Salimos del ascensor pegados los unos a los otros, muy juntos, se nota que el contacto nos reconforta en esta incómoda situación. El silencio se extiende por toda la planta. Una calma y una quietud escalofriante es testigo de todos y cada uno de nuestros movimientos. Caminamos midiendo cada uno de nuestros pasos y al llegar a la puerta del despacho sacamos las llaves sin hacer ruido. La distancia que nos separa del mostrador la recorremos a zancadas, es evidente que queremos poner una pared de por medio para poder sentirnos más recogidos. 

La recepción de Hamilton & Mackenzie es una estancia más o menos grande, separada del pasillo por una gran cristalera donde está la puerta de entrada. Tras el mostrador hay una gran pared que separa la zona de recepción de los despachos interiores. Rápido, bordeamos el gran mostrador y mimetizándonos con las sobras de la oficina nos colamos en el backstage. 

—¿Dónde ha sido? —pregunta Josh. 

—En aquel despacho de allí —digo indicando con mi dedo índice, todo tembloroso, el despacho en el que he sido testigo de cómo asesinaban a sangre fría a Billy—. Creo que no puedo —digo sintiendo que las piernas me flaquean. 

—Tranquila. Nosotros lo haremos por ti —dice Marion apretándome el hombro en señal de ánimo. 

—Sí, no tienes por qué entrar ahí si no quieres —dice Josh avanzando poco a poco hasta la puerta del despacho, parece que no hay nadie, supongo que eso es bueno. 

De pronto cortándonos la respiración, y casi matándonos del susto, mi teléfono móvil comienza a sonar. Jamás en la vida había odiado tanto una melodía, os lo juro. Rebusco apresuradamente en mi bolso y cuando logro encontrar el maldito celular veo que la que llama es Ashley y siendo ganas de matarla poco a poco con mis propias manos. 

—¡¿Qué pasa, Ash?! ¿Cómo? —No entiendo nada, ¿de qué narices me estará hablando?—. Te llamo luego, ahora no es el mejor momento para hablar de sopletes. 

—¿De cohetes? ¡No! Yo me refiero al soplete ese donde trabajaba el muerto —¡El muerto! Que poca sensibilidad, se lo pasaré por alto porque no sabe lo que dice. 

—¡Soplete, no! Quieres decir Bufete —digo intentando clarificarle un poco el tema, aunque de sobra sé que eso con ella no vale de mucho y menos si está bebida. 

—¡Eso! —Exclama— Curlingam & Pleance. 

—Te dejo, lo siento. 

—Vale. Ya le preguntaré al conserje —dice riéndose—. Ya he llegado. Gracias guapísimo. 

—Ash, ¿dónde estás? —pregunto muerta de miedo, tapo el teléfono con la mano y me dirijo a Josh y a Marion que me observan—. Es Ash, creo que está aquí. 

—¿En esta planta? —pregunta Marion sorprendida. 

—¡No! Está en el edificio —digo sin saber qué hacer—. Ash ¿Estás ahí? 

—Sí, sí, estaba pagándole al taxista —dice— ¿Ya estás con el Johanson & Weshley ese? 

—¡Hamilton & Mackenzie! —exclamo ida— Chicos, quedaos aquí, bajaré a por ella antes de que nos descubra. 

—Bien, nosotros investigaremos. En quince minutos en la esquina de esta calle —dice Josh cogiendo a Marion de la mano y conduciéndose hacia la “escena del crimen” 

Yo, corro como hace años que no lo había hecho. No es que entre en el ascensor, digamos que me lanzo a él. Presiono con tanta fuerza el botón de la planta baja que me da la sensación de que lo he hundido. Ver como las luces de los botones se van apagando una a una conforme voy bajando me pone aún histérica. Qué digo histérica, estoy furiosa con Ash. Es una egoísta y una desconsiderada. Sabe lo mucho que significa esto para mí y aun así ha decidido sabotearlo. La voy a matar. Pedacito a pedacito hasta no dejar nada. 

Se abren las puertas y salgo tan deprisa que derrapo por el Hall hasta llegar a la puerta de entrada del edificio. En ella está Ash, tambaleándose y rebuscando algo en las profundidades de su bolso. De repente el guarda sale de su garita para averiguar quién es y que hace allí. Se sorprende y da un gritito seguido de una risa que delata con notable evidencia su estado etílico. 

—Buenas noches —dice el guarda aproximándose— ¿Desea alguna cosa? 

—Pues sí, ¡hip! —Que espectáculo más bochornoso. Si salgo ahora puede que el plan se vaya al traste, en cuanto el guarda me reconozca pensará que algo raro está pasando—. En que planta está… —“Que no lo diga, que no lo diga…” pienso, cruzando los dedos— Marc´s & Spencer —uff, que descanso. Ahora casi me alegro de que haya bebido. 

—Creo que se equivoca de edificio —contesta el guarda observándola con desconfianza. 

—¡Pues claro que no! —Grita Ash con bastante impertinencia— Estoy buscando… —dice mientras mete la cabeza en el bolso— ¡El soplete ese! 

—Señorita márchese si no quiere tener problemas. 

—¡Usted es mi problema! —Hace una pausa mirándole con determinación y frunciendo el ceño en lo que pretende ser un gesto de desagrado y continúa buscando en el bolso— Lo tengo por aquí. Lo sé. 

—Deténgase. Deje el bolso en el suelo y camine hasta la pared —dice el guarda. 

Lo siguiente es increíble a todas luces. Vaya que tengo que mirar dos veces para confirmar lo que estoy viendo. El guardia está apuntando a Ashley con una pistola Tasser, una de esas que disparan electrodos que provocan descargas. La suele utilizar la policía para reducir a los detenidos más violentos. ¿Qué hace un guardia de seguridad privada con una de esas? ¿Es legal? Será mejor que salga de mi escondite antes de que esto se líe más. 

—¡Y una mierda! Yo no dejo mi bolso en el suelo. Vas a ver lo que tengo aquí, ¡Capullo! —grita Ash prosiguiendo con afán su búsqueda dentro del bolso. 

—¡He dicho manos arriba! 

—¡No lo haga! —grito saliendo de detrás de una de las columnas en la que estaba escondida observándolo todo. 

Demasiado tarde. El guardia ya ha disparado y los proyectiles han alcanzado a mi amiga, ahora se sacude con violencia en el suelo. Completamente horrorizada, durante un minuto me quedo sin habla, y casi instintivamente me acerco al guardia y le doy un puñetazo. Eso también me sorprende cantidad ¿Desde cuándo participo de algo con tanta vehemencia? 

—¡Animal! —grito al guardia que ha dejado caer el arma y se lamenta tapándose la nariz— A quién se le ocurre. Podrías haberla matado —se me están llevando los demonios, tengo ganas de pegarle de nuevo—. ¡Te pienso denunciar! ¡Perderás tu trabajo! ¡Se te va a caer el pelo! 

—Yo… —Está blanco. Ahora se da cuenta del abuso que ha supuesto lo que acaba de hacer— Ella... 

—¿Ella, qué? ¿Eh? —digo acercándome para comprobar los daños— ¡Ella trabaja aquí! —digo cogiendo su identificación de la revista. Probablemente fuera eso lo que estaba buscando dentro del bolso. 

Al ver la identificación de Ash el guardia aún palidece más. Se acaba de dar cuenta de que ha metido la pata hasta el fondo. Se hace un silencio mientras yo compruebo que Ashley aún respira y noto que está retrocediendo poco a poco: 

—¡Alto ahí! —Le grito— No pienses que marcharás de aquí sin más —digo recogiendo la pistola del suelo, instintivamente le doy a un botón del costado y se recogen los hilos de los electrodos. 

—De acuerdo, ¿qué quieres? ¿Dinero? —dice sacando del bolsillo el soborno que hace quince minutos le ha dado Marion— Eh, eh… un momento —dice mirándome con más atención— ¿Tú otra vez? ¿Qué es todo esto? ¿Alguna especie de broma? —me acaba de reconocer— Quizás sí será mejor llamar a la policía. 

—¡Será lo mejor! —exclamo casi con alegría, a fin de cuentas así podré denunciar el asesinato y todo volverá a la normalidad— Antes ya te dije que llamases a la policía. 

—Y has decidido montar este número ¿No? 

—De eso nada. Es mi amiga y ha venido a buscarme. 

Oigo el sonido del ascensor y seguidamente paso, son Josh y Marion: 

—¿Qué ha pasado aquí? —dice Marion preocupada al ver a Ashley tendida en el suelo. 

—¡Este animal le ha disparado! 

—¿Cómo? —pregunta Josh acercándose rápidamente. 

—Vamos, llama a la policía ¿A qué esperas? —le digo al guardia. 

—Será mejor que nos marchemos —dice Marion sonriendo con amabilidad—. Seguro que esto puede solucionarse de otra manera. 

—Cierto —dice Josh apoyándola. 

Al ver que mi amigo le sigue la corriente entiendo que han descubierto algo que es mejor que quede entre nosotros: 

—Pues será mejor para él, porque si hubiesen venido se le hubiese caído el pelo —digo intentando tirar balones fuera—. ¡Este tío tiene una pistola Tasser! ¡Una Tasser, joder! 

—Está bien, lo dejaré pasar si vosotros no decís nada. No habéis estado aquí. Yo no os he visto… —dice el guardia concluyendo la conversación. 

—Pues claro, es que no hemos estado aquí —dice Marion—. ¿Acaso nos ves? —pregunta haciendo extraños aspavientos con la mano—. Josh, ayuda a Daphne a recoger a Ashley y marchémonos, yo saldré a pedir un taxi. 

De repente como si de una gran estrella de Hollywood se tratase. La gran Marion Klein hace su salida estelar del Flattiron Building. Se enrosca al cuello un fular y marcha taconeando y saludando como una aristócrata.

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