CAPITULO
2 – Salva & Lucía:
El
día pasó sin pena ni gloría, aunque eso era lo normal; lo normal desde el divorcio. De eso hacía ya
cinco meses. Cinco largos meses en los que mi vida se había convertido en una
gran bola de desechos que se precipitaba cuesta abajo y sin freno.
Desde
entonces todo se me hacía difícil, hasta lo más mínimo; desde la ruptura con
Beatriz cualquier cosa se me hacía un mundo. Incluso aquella horripilante cita
que me había preparado mamá. Aquello me asustaba muchísimo; más incluso que una
llamada de Beatriz.
Recordar
su nombre me dibujó una triste mueca en el rostro; casi instantáneo, como si de
un amigo burlón se tratase, el espejo me la devolvió como algo patético y lamentable. Sin
pensarlo mucho más, giré el grifo del agua fría y rápido lavé mis penas.
Sabía
que aquella manera de pensar no me llevaría a ninguna parte, pero algo en mi se
negaba a abandonarla, una pequeña parte de mi ser continuaría casada con ella. Y
lo peor de todo es que siempre lo estaría…
Sé
que mi estado no era el más adecuado para asistir a una cita; ¿pero qué iba a
hacer, sino? No podía decir que no. Ese en parte era el precio de estar
viviendo con mamá, estar bajo su techo implicaba ciertas cosas. Y al parecer
permitirle que mangonease mi vida sentimental era una de ellas.
De
nuevo me miré en el espejo y decidí que por lo menos me afeitaría. Pensé que la
chica no tenía la culpa de lo que a mi me pasaba, ella no tenía porque ser
victima de mí melancolía.
Cogí
la maquinilla de afeitar y durante unos segundos observé sus afiladas
cuchillas, las observé con sorprendente detenimiento. Más allá de lo que podía
parecer, no se trataba de un momento pre-suicidio; no. Las observaba pensando
que al pasarlas sobre la piel de mi cara me la irritarían, pero que aquello era
para un fin mejor; aquel “dolor” me serviría para estar guapo; guapo por fuera,
y por dentro.
Quizás
aquella cita sería lo mismo; puede que ahora me irritase la simple idea de conocer
alguien nuevo pero también es posible que aquello me ayudase a avanzar. Puede
que aquello me quitase a Beatriz de la cabeza. Sólo por eso merecía la pena
intentarlo.
De
repente la voz gritona de mi madre me sacó de mi estado de ensimismamiento:
- ¡Salva, date prisa que
llegaremos tarde a la cita!
- ¿Llegaremos? ¿Cómo que
llegaremos?
- Yo te acompaño.
- ¡De eso nada!
- Trini también acompañará a
Lucía, ¿no te lo había dicho?
Sin
más, comprendí que por mucho que le dijese mamá iría a la cita, sí o sí. Me
resigné y acepté que la cita sería un completo desastre. Sería un suicidio
social, lo sabía sobradamente; pero aquella noche no daban ningún partido en la
tele, así que no tenía nada que perder, al menos pasaría el rato.
“Casa
Pepe” no era precisamente lo que muchos consideraríamos un restaurante adecuado
para una cita; más bien sería el lugar adecuado para una boda gitana. Pero es
normal que mi madre no supiese lo que era un sitio adecuado para una cita, ella
no había tenido una en cuarenta años.
Al
llegar nos sentaron en una mesa de cuarto; la típica con mantel a cuadros rojos
y aceitero de plástico con un triste tomate y tres dientes de ajo. ¿Ajo? ¿Quién
se atrevería a comer ajo en una cita? Ni hace cuarenta años, ni ahora. Por mucho
que hayan cambiado las cosas en lo que se refiere a citas, creo que hay ciertas
reglas que siempre han sido las mismas. Y precisamente lo del ajo creo que es
una de ellas.
Miré
de soslayo a mamá, que brillaba como si fuese el globo de una discoteca, y ya
estaba leyendo de arriba abajo la carta. No pude contenerme y se me escapó una
risita nerviosa:
- ¡¿Qué pasa?! ¿Has bebido antes
de venir? ¿Estás borracha? ¿Vas a hacerme quedar mal delante de Maruja?
Tras
aquella retahíla de preguntas la miré impresionada; a eso se le llama pasar de
cero a cien. Sí señor. Mirándola no me cabía duda que aquella mujer
excesivamente arreglada, podría ser una agente secreta de la CIA en una misión especial. De
repente me la imaginé como una chica Bond y aún me entró más la risa.
- ¡¿Estás drogada?! –hizo una
pausa y de su bolso salido de un chino sacó una bolsa de plástico- ¡Vamos,
vomita aquí dentro! ¡Están a punto de llegar! ¿No querrás que te vean así?
- Relájate mamá, ni me he
drogado, ni he bebido. Es sólo que…
- ¡Ni sólo, ni sola! ¡Cállate y
repasemos la carta que están al caer!
- ¿Para que hay que repasar la
carta?
- Pues para ver lo que puedes
comer y lo que no.
- ¿Hay cosas que no puedo comer?
- Pues claro que no; estamos aquí
para convencerle. Tienes que ser cuidadosa con lo que comes o con lo que dices.
- ¡¿Convencerle?! ¡¿Convencer a
quién y de qué?!
- A Salva, ¿a quién sino?
- Mamá, te lo he dicho cien mil
veces… ¡Estoy bien sola!
- ¡Y un cuerno! Eso lo dices para
convencerte, pero en realidad quieres lo que todo el mundo. Quieres un marido
para poder tener una casa y para conseguir tener los niños antes de que el
horno se te apague.
- ¡Díos, me sacas de mis
casillas!
- ¡Maruja! ¡Salva! ¡Aquí! ¡Aquí!
A
juzgar por aquella euforia cualquier diría que la cita la tenía ella.
Rápidamente observé de pies a cabeza al famoso Salva y mi dictamen fue igual de
rápido: PASABLE. ¿Pero quién soy yo para juzgar así? Pensé que ya que estaba
allí le daría una oportunidad; después de todo él también estaría pasando el
mismo mal rato que estaba pasando yo. Aunque sólo fuese por eso aquel muchacho
ya me caía bien.
- Mira, mira, está es mí Luci
–dijo mamá como si yo fuese un objeto.
- ¡Qué guapa! ¿Has visto, Salva?
¡Que suerte has tenido! ¿Eh?
- Esto… Encantado de conocerte
–dijo el pobre dándome dos besos.
- ¡Ohhhhhh! –exclamaron mi madre
y Maruja al ver que nos besábamos.
- Pues mi Salva no quería venir
–dice Maruja como si tal cosa- Es que aún tiene a la guarra esa en la cabeza.
- ¡Mamá! No hables así de Bea.
- Ya me dijo tu madre, ya.
Menuda… -añadió mamá como si lo conociese de toda la vida.
- ¿Tenéis hambre? –dije
intentando desviar el tema.
- Yo me voy a comer unos callos
–contestó Trini.
- Pues yo unos pies de cerdo
–dijo mi madre acto seguido- Y mi nena una ensaladita. Ella no es de comer
mucho. Además tiene que guardar la figurita. ¿Te has fijado salva? –dijo
señalando mi cintura.
- ¡Mamá, por el amor de Díos!
- Pues a mi Salva cuando era
pequeño lo llamábamos “peque-tripode” –explicó Maruja echándose a reír- Hace
muchos años que no se la he visto, pero de pequeño estaba muy dotado…
- ¡Mamá! –dijo Salva
reprochándole el comentario.
- ¡Ahora que dices esto! –exclamó
mamá- ¡Camarera! ¿Tienen rabo de toro?
Dijo
dirigiéndose a una esbelta camarera. Al acercarse a la mesa comprobé que debía
ser del este de Europa. Sus ojos exageradamente claros cautivaron
instantáneamente a Salva, me di cuenta como aquella muchacha había captado por
completo su atención en tan sólo unos segundos. Cosa que yo no había conseguido
en los cinco minutos que llevábamos sentados en aquella mesa.
Sin
mediar palabra, me puse en pie, cogí mi bolso y me marché. Ni tan si quiera la
voz gritona de mi madre hizo que me volviese. No quería que me viesen llorar.
Pero… ¿Por qué estaba llorando? Nunca me había pasado esto. Yo siempre me había
mantenido firme en que no me importaba estar soltera, siempre. ¿A que venía
aquello? ¿De dónde procedía aquel berrinche? Al salir a la calle, cuando el
aire fresco chocó contra mis lágrimas, lo comprendió. Entendí cual era el
motivo de mi disgusto: “Yo también quería cautivar el corazón de un hombre”
buen relato de un tema muy interesante.
ResponderEliminarhttp://losviajesysibaritismosdeauroraboreal.blogspot.com.es/
Buenas Immaurora! Bienvenida al blog; me alegro de que te guste esta mini-novel. Hoy habrá un nuevo capitulo... Te invito que vayas participando! Un saludo.
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