jueves, 26 de julio de 2012

Aventuras y Desventuras de alguien en busca del amor - CAPITULO 2 - Salva & Lucia


CAPITULO 2 – Salva & Lucía:

El día pasó sin pena ni gloría, aunque eso era lo normal;  lo normal desde el divorcio. De eso hacía ya cinco meses. Cinco largos meses en los que mi vida se había convertido en una gran bola de desechos que se precipitaba cuesta abajo y sin freno.

Desde entonces todo se me hacía difícil, hasta lo más mínimo; desde la ruptura con Beatriz cualquier cosa se me hacía un mundo. Incluso aquella horripilante cita que me había preparado mamá. Aquello me asustaba muchísimo; más incluso que una llamada de Beatriz.

Recordar su nombre me dibujó una triste mueca en el rostro; casi instantáneo, como si de un amigo burlón se tratase, el espejo me la  devolvió como algo patético y lamentable. Sin pensarlo mucho más, giré el grifo del agua fría y rápido lavé mis penas.

Sabía que aquella manera de pensar no me llevaría a ninguna parte, pero algo en mi se negaba a abandonarla, una pequeña parte de mi ser continuaría casada con ella. Y lo peor de todo es que siempre lo estaría…

Sé que mi estado no era el más adecuado para asistir a una cita; ¿pero qué iba a hacer, sino? No podía decir que no. Ese en parte era el precio de estar viviendo con mamá, estar bajo su techo implicaba ciertas cosas. Y al parecer permitirle que mangonease mi vida sentimental era una de ellas.

De nuevo me miré en el espejo y decidí que por lo menos me afeitaría. Pensé que la chica no tenía la culpa de lo que a mi me pasaba, ella no tenía porque ser victima de mí melancolía.

Cogí la maquinilla de afeitar y durante unos segundos observé sus afiladas cuchillas, las observé con sorprendente detenimiento. Más allá de lo que podía parecer, no se trataba de un momento pre-suicidio; no. Las observaba pensando que al pasarlas sobre la piel de mi cara me la irritarían, pero que aquello era para un fin mejor; aquel “dolor” me serviría para estar guapo; guapo por fuera, y por dentro.

Quizás aquella cita sería lo mismo; puede que ahora me irritase la simple idea de conocer alguien nuevo pero también es posible que aquello me ayudase a avanzar. Puede que aquello me quitase a Beatriz de la cabeza. Sólo por eso merecía la pena intentarlo.

De repente la voz gritona de mi madre me sacó de mi estado de ensimismamiento:

-      ¡Salva, date prisa que llegaremos tarde a la cita!
-      ¿Llegaremos? ¿Cómo que llegaremos?
-      Yo te acompaño.
-      ¡De eso nada!
-      Trini también acompañará a Lucía, ¿no te lo había dicho?

Sin más, comprendí que por mucho que le dijese mamá iría a la cita, sí o sí. Me resigné y acepté que la cita sería un completo desastre. Sería un suicidio social, lo sabía sobradamente; pero aquella noche no daban ningún partido en la tele, así que no tenía nada que perder, al menos pasaría el rato.

“Casa Pepe” no era precisamente lo que muchos consideraríamos un restaurante adecuado para una cita; más bien sería el lugar adecuado para una boda gitana. Pero es normal que mi madre no supiese lo que era un sitio adecuado para una cita, ella no había tenido una en cuarenta años.

Al llegar nos sentaron en una mesa de cuarto; la típica con mantel a cuadros rojos y aceitero de plástico con un triste tomate y tres dientes de ajo. ¿Ajo? ¿Quién se atrevería a comer ajo en una cita? Ni hace cuarenta años, ni ahora. Por mucho que hayan cambiado las cosas en lo que se refiere a citas, creo que hay ciertas reglas que siempre han sido las mismas. Y precisamente lo del ajo creo que es una de ellas.

Miré de soslayo a mamá, que brillaba como si fuese el globo de una discoteca, y ya estaba leyendo de arriba abajo la carta. No pude contenerme y se me escapó una risita nerviosa:

-      ¡¿Qué pasa?! ¿Has bebido antes de venir? ¿Estás borracha? ¿Vas a hacerme quedar mal delante de Maruja?

Tras aquella retahíla de preguntas la miré impresionada; a eso se le llama pasar de cero a cien. Sí señor. Mirándola no me cabía duda que aquella mujer excesivamente arreglada, podría ser una agente secreta de la CIA en una misión especial. De repente me la imaginé como una chica Bond y aún me entró más la risa. 

-      ¡¿Estás drogada?! –hizo una pausa y de su bolso salido de un chino sacó una bolsa de plástico- ¡Vamos, vomita aquí dentro! ¡Están a punto de llegar! ¿No querrás que te vean así?
-      Relájate mamá, ni me he drogado, ni he bebido. Es sólo que…
-      ¡Ni sólo, ni sola! ¡Cállate y repasemos la carta que están al caer!
-      ¿Para que hay que repasar la carta?
-      Pues para ver lo que puedes comer y lo que no.
-      ¿Hay cosas que no puedo comer?
-      Pues claro que no; estamos aquí para convencerle. Tienes que ser cuidadosa con lo que comes o con lo que dices.
-      ¡¿Convencerle?! ¡¿Convencer a quién y de qué?!
-      A Salva, ¿a quién sino?
-      Mamá, te lo he dicho cien mil veces… ¡Estoy bien sola!
-      ¡Y un cuerno! Eso lo dices para convencerte, pero en realidad quieres lo que todo el mundo. Quieres un marido para poder tener una casa y para conseguir tener los niños antes de que el horno se te apague.
-      ¡Díos, me sacas de mis casillas!
-      ¡Maruja! ¡Salva! ¡Aquí! ¡Aquí!

A juzgar por aquella euforia cualquier diría que la cita la tenía ella. Rápidamente observé de pies a cabeza al famoso Salva y mi dictamen fue igual de rápido: PASABLE. ¿Pero quién soy yo para juzgar así? Pensé que ya que estaba allí le daría una oportunidad; después de todo él también estaría pasando el mismo mal rato que estaba pasando yo. Aunque sólo fuese por eso aquel muchacho ya me caía bien.

-      Mira, mira, está es mí Luci –dijo mamá como si yo fuese un objeto.
-      ¡Qué guapa! ¿Has visto, Salva? ¡Que suerte has tenido! ¿Eh?
-      Esto… Encantado de conocerte –dijo el pobre dándome dos besos.
-      ¡Ohhhhhh! –exclamaron mi madre y Maruja al ver que nos besábamos.
-      Pues mi Salva no quería venir –dice Maruja como si tal cosa- Es que aún tiene a la guarra esa en la cabeza.
-      ¡Mamá! No hables así de Bea.
-      Ya me dijo tu madre, ya. Menuda… -añadió mamá como si lo conociese de toda la vida.
-      ¿Tenéis hambre? –dije intentando desviar el tema.
-      Yo me voy a comer unos callos –contestó Trini.
-      Pues yo unos pies de cerdo –dijo mi madre acto seguido- Y mi nena una ensaladita. Ella no es de comer mucho. Además tiene que guardar la figurita. ¿Te has fijado salva? –dijo señalando mi cintura.
-      ¡Mamá, por el amor de Díos!
-      Pues a mi Salva cuando era pequeño lo llamábamos “peque-tripode” –explicó Maruja echándose a reír- Hace muchos años que no se la he visto, pero de pequeño estaba muy dotado…
-      ¡Mamá! –dijo Salva reprochándole el comentario.
-      ¡Ahora que dices esto! –exclamó mamá- ¡Camarera! ¿Tienen rabo de toro?

Dijo dirigiéndose a una esbelta camarera. Al acercarse a la mesa comprobé que debía ser del este de Europa. Sus ojos exageradamente claros cautivaron instantáneamente a Salva, me di cuenta como aquella muchacha había captado por completo su atención en tan sólo unos segundos. Cosa que yo no había conseguido en los cinco minutos que llevábamos sentados en aquella mesa.

Sin mediar palabra, me puse en pie, cogí mi bolso y me marché. Ni tan si quiera la voz gritona de mi madre hizo que me volviese. No quería que me viesen llorar. Pero… ¿Por qué estaba llorando? Nunca me había pasado esto. Yo siempre me había mantenido firme en que no me importaba estar soltera, siempre. ¿A que venía aquello? ¿De dónde procedía aquel berrinche? Al salir a la calle, cuando el aire fresco chocó contra mis lágrimas, lo comprendió. Entendí cual era el motivo de mi disgusto: “Yo también quería cautivar el corazón de un hombre”

2 comentarios:

  1. buen relato de un tema muy interesante.

    http://losviajesysibaritismosdeauroraboreal.blogspot.com.es/

    ResponderEliminar
  2. Buenas Immaurora! Bienvenida al blog; me alegro de que te guste esta mini-novel. Hoy habrá un nuevo capitulo... Te invito que vayas participando! Un saludo.

    ResponderEliminar