Trabajar
en “Casa Pepe” no es que fuese el trabajo de mis sueños, pero al menos me
permitía pagar las facturas; sólo por ello, era suficiente razón para estar
agradecida. Desde mí llegada a España desde Rusia, no había hecho más que
encontrar trabajos precarios. Aquel, aunque fuese completamente paradójico, era
el mejor hasta el momento.
Lo
único malo de trabajar como camarera en un sitio como aquel, era el estar
constantemente sirviendo a clientes babosos, el tener que estar todo el día
luchando contra el tópico de: “Camarera rusa = antigua prostituta”. Aquello
resultaba agotador. Pero aquella noche algo había cambiado. Por primera vez en
mucho tiempo, un hombre me había visto como lo que soy: Una señorita.
Aquella
extraña situación aún me hacía sonreír, aquella inusual invitación a una cita
todavía me provocaba rubor. Hay que reconocer que el chico tenía agallas; jamás
nadie había ligado conmigo mientras su madre le regañaba. Ha sido un momento
realmente cómico, puede que tan sólo por esa osadía yo le haya dado mi número
de teléfono. No lo sé; quizás me haya gustado, es pronto para saberlo.
El
caso es que desde que corté con Nicolai no había vuelto a sentir esas
mariposillas en el estomago, desde la ruptura no había sentido esa emoción en
el bajo vientre. Pero esa noche, aunque mínimamente, había vuelto, ese temblor
nervioso me había acompañado hasta casa negándose a abandonarme.
Justo
cuando observaba la pantalla apagada de mi teléfono móvil, ésta se encendió; me
había llegado un mensaje. Al ver que era de él, de Salva, una amplia sonrisa se
desplegó en mi rostro:
“¿Qué
te ha parecido la suegra? ¿Da miedo, verdad? Piensa que ya has pasado lo peor.
Ahora que ya conoces a mi madre podemos olvidarnos de los convencionalismos y
pasar a la mejor parte; conozcámonos. ¿Me permites que te invite al cine?”
Sí
señor, todo un caballero; lo sabía desde el momento en que le vi:
“Una
duda… ¿Vendrá tu madre a la cita? Eso sí daría miedo.”
Responderle
aquello hizo que me echase a reír. A juzgar por lo que sucedió seguidamente, mi
risa debió ser de lo más sonado ya que la puerta de la habitación de mi
compañero de piso se abrió, y éste salió a la sala de estar a comprobar que era
lo que sucedía:
- Por el amor de Díos, ¿qué es lo
que te hace tanta gracia? –preguntó Dario sentándose junto a mí.
- Nada importante.
- Pones cara de no estar diciendo
toda la verdad…
- ¿Yo?
- ¡No, la vecina del quinto!
Vamos, desembucha…
- Está bien… Se trata de un
hombre.
- ¿Un hombre? ¿Qué clase de hombre?
- Un hombre de los pies a la
cabeza.
- Guau, pues sí que es seria la
cosa.
- Bueno, en realidad no nos
conocemos, pero…
- Ui, ese pero… Que miedo me da
ese pero.
- ¿Miedo, por qué?
- Pues porque aún recuerdo el
caso “Nicolai”
- Eso es agua pasada. Esto es
distinto. Éste ya me ha presentado a su madre.
- ¡¿Cómo?!
- Es una larga historia, me ha
invitado al cine y creo que aceptaré.
- Vaya, vaya… así que después de
todo sí que parece que te gusta. ¿Cuánto hacía que no aceptabas una cita?
- Demasiado.
En
ese momento el teléfono sonó de nuevo, había llegado un nuevo sms:
“Pensaba
llevar a mi hermana en esta ocasión; ¿viernes a eso de las 22.00? Te dejo
escoger la película y el cine. Yo escogeré el restaurante. Y no; no será “Casa
Pepe”
- ¡Ay, nena! ¡Estás enamorada!
- ¿Cómo voy a estar enamorada si
aún no le conozco?
- El amor es así, surge la chispa
y ya no se puede hacer nada para evitarlo.
- Vaya cosas dices.
- Pero es curioso; tú no tenías
previsto nada de esto y sin embargo ha salido a tu paso, y mi compañera del
trabajo, Lucía, hoy tenía una cita y al parecer a sido desastrosa. ¿Qué cosas,
no?
- Cosas del destino. Bueno guapo,
me voy a dormir. Ha sido un día con demasiadas emociones.
- Que descanses, cielo.
Cuando
Nadja se fue a su habitación yo volví a la mía. Harper75 ya había contestado.
Miré la pantalla del ordenador con detenimiento y yo también contesté:
“RioDa: De acuerdo, quedemos. ¿Viernes a
eso de las 22.00? Yo escojo el restaurante, y tú la película.”
La
respuesta no se demoró demasiado:
“Harper75: Trato hecho; estoy deseando
conocerte.”
Tras
leer la respuesta recosté la silla y crucé los brazos por detrás de mi cabeza;
yo también deseaba conocerle, cinco meses eran muchos, sobretodo para una
ciber-relación. Pero… ¿Le gustaría? ¿Él me gustaría a mí? Sabía de sobras que no
tendría respuesta esa misma noche, esas preguntas hallarían su respuesta el
viernes, a las 22.00. Esas, y quizás otras…
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