Siempre fue complicado ser mujer. Hubo un tiempo en el que un oasis de Igualdad se asomó por un horizonte de pisotones y zancadillas machistas pero volvió la bruma, esa niebla espesa de inquietud y húmedo temor.
Hace un siglo las mujeres pasiegas salieron de sus casas para ser amas de cría de reyes, poetas y nobles de la época. Mujeres aguerridas, duras, que sacrificaron sus vidas para facilitar la de sus familias. Dejaron a sus bebés con un mes para amamantar a los hijos de los ricos. Fueron el motor de todo un tiempo y un lugar. La Plaza de las Pasiegas, en Granada, cuenta su historia. Vi llorar a sus nietas y bisnietas recordando, con orgullo, a sus abuelas y bisabuelas. Porque ellas fueron heroínas y porque hubo un tiempo en Cantabria en que las mujeres tuvieron ese “Espacio Propio” que permitió descubrir historia, orgullo, tradición pero, sobre todo un futuro.
Hoy, las mujeres siguen siéndolo casi todo en ese mundo rural de figuración masculina y trabajo femenino. Tras las montañas o llanuras, tras la belleza de los paisajes hay una realidad dura de trabajo y, en demasiadas ocasiones, falta de medios, de tiempo, de perspectivas o de ilusión.
Viejucas que cuentan terribles historias de vidas duras en la que la mujer fue poco más que un instrumento para parir mano de obra. Vidas entre frías piedras sin nada más que el cielo y la tierra. Pocas oportunidades, muy pocas. Hoy, con huesos que cantan dolor y cuentan vidas de fatigas, el Estado al que ellas contribuyeron con ímprobos esfuerzos y penas les niega hasta el remedio para el dolor o la cura a sus cuerpos doblados de trabajo.
No se puede hacer otra cosa que sentir devoción por ellas y respirar de su fortaleza. Duele saber que hubo quien recibió más palos que los de la vida y los padecieron calladas porque nadie las hubiera contemplado. Aquellas duras cabañas, silentes, acogieron lo bueno y lo malo.
Hoy, sus hijas y las hijas de sus hijas, caminan con paso fuerte por una vida distinta. Y los que estamos al frente de instituciones tenemos la obligación de poner los medios para que la Igualdad sea una palabra llena de contenido. Hoy, empoderar a esas mujeres, llenarlas de herramientas con las que decidir qué futuro quieren, formar e informarlas, que recuerden de dónde vienen para saber a dónde quieren ir. Que sean más libres que sus madres y abuelas y sean la mejor base de conocimiento para sus hijas. Que esa correa de transmisión que es la vida y la experiencia sea su mayor fortaleza en un mundo, veintiún siglos después, siendo machista.
Que sepan que la igualdad no es un regalo, es un derecho tan preciado y precioso que pugna por él quienes saben que en manos de quien mejor lo pueden desarrollar, las mujeres, es una suerte de tesoro por el que hay quien mata.
No es violencia, es terrorismo el que somete y mata a las mujeres en manos de sus parejas. Maquillamos las palabras como si eliminando crudeza paliáramos lágrimas y lo que hacemos es seguir dejando a los pies de los caballos a quienes el maquillaje ni disimula dolor ni seca lágrimas. Canallas quienes minusvaloran las agresiones y las muertes porque los ataques de populismo supuran la necesidad de carteleras teatrales de neón que ocultan déficits de tal calibre que se aferran a la estulticia como clavo ardiendo.
La Educación pública, igualitaria y universal, la que iguala a los individuos porque no tiene en cuenta nada más que el ansia de formar personas con valores y conocimientos, es la mejor de las curas para quienes han hecho de la desigualdad su propio negocio.
Largo y tortuoso camino el que aún nos queda a las mujeres. Juntas, podremos.
Escrito por: Leire Díez
Fuente: http://www.nuevatribuna.es
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