A partir de ahora hay que redefinir la expresión ‘muerte dulce’. Nos
referimos así a la muerte que se produce por intoxicación con monóxido
de carbono, pero ya cabe una nueva acepción.
Le doy la entrada escrita a
la RAE, para que no tenga que esforzarse demasiado: “se conoce también como ‘muerte dulce’ a la producida por asfixia entre los senos de una mujer”. Y que conste que no es invención mía, sino de una señora alemana que atiende por Franziska Hansen.
La mujer, de 33 años, no estaba cómoda con su pareja, pero no sabía cómo poner fin a su relación. Tras mucho darle vueltas al asunto, se decidió a cortar por lo sano. ¿Para qué dejarlo plantado si puedes matarlo? Tomada la decisión, sólo le faltaba el método. Se miró en un espejo y se le encendió la luz. Utilizaría lo más poderoso de su anatomía para acabar con la vida de su novio. Lo mataría con sus enormes pechos, de la talla 115.
Simulando un juego sexual, Franziska comenzó a ejecutar su plan, pero algo se torció por el camino. Su novio, Tim Schmidt, pudo zafarse a tiempo de la feroz trampa. “Me apretó la cabeza contra sus pechos y hubo un momento en que pensé que no podría respirar más. Me estaba poniendo azul, pero pude apartarme a tiempo para seguir con vida”, relató el señor Schmidt, que huyó desnudo en busca de auxilio.
Con su vida fuera de peligro, Tim se apresuró a poner una denuncia por intento de asesinato contra su ya ex pareja. En el juicio, Franziska comenzó negando las acusaciones, pero finalmente se derrumbó y terminó confesando. “Quería que su muerte fuera lo más agradable posible”.
Tras el incidente, me asaltan varias dudas: ¿Los pechos de Franziska son un arma blanca? ¿Qué condena le pondríais? ¿Qué otro tipo de muerte dulce se os ocurre?
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