La quedada
con Marion Klein se ha alargado más de lo que esperaba. Lo que en principio iba
a ser un brunch se ha acabado convirtiendo en una comida y prácticamente hemos
llegado a la merienda. Me he quedado fascinada con ella. Hemos conectado a la
primera y realmente hemos hecho buenas migas. Sin saber como ha sacado de mí
una fuerza que ni si quiera yo misma conocía y me ha dado valor suficiente para
encarar mi problema con Billy.
Mientras
camino hacía la parada de taxis más próxima a Le Cirque voy recapitulando lo
que haré y lo que le diré a Billy. Quizás empiece diciéndole que no hay excusa
que valga a lo que hizo. No, no, quizás empezar así es muy agresivo. Podría
decir: “Por cierto, ¿que estabas haciendo durante el baile cuando mi padre
murió en un accidente de coche?”. Demasiado a bocajarro.
No sé, quizá
es mejor no pensar. Será mejor improvisar y ver como evoluciona la conversación
sobre la marcha. Estoy caminando y me siento como si flotase. Eso es el alcohol
que comienza a pasarme factura. Puede que debiera irme a casa y dejar para
mañana la conversación con Billy. De repente recuerdo que he quedado con Ashley
para animarla por lo suyo con Brian, su exnovio de fin de semana que se ha ido
a Minsk.
Ya se lo que
haré. Tal y como había planeado iré a darme un masaje o un baño en una cabina
de flotación sensorial y así estaré completamente relajada para mi gran charla.
Aprovecharé también para dormir un poco la mona porque he de reconocer que voy
un poco contenta. Mientras avanzo calle arriba veo como voy haciendo eses.
Al llegar a
la parada veo que no hay ningún taxi disponible y se me ocurre la brillante
idea de meterme borracha en el metro. Pienso para mi misma que nadie se dará
cuenta porque en el metro hay mucha gente rara.
Una vez
dentro consigo sentarme en uno de los asientos y sin saber como me quedo
traspuesta. Puede que unos segundos, quizás unos minutos...¡¿Llevo durmiendo 30
minutos?! Rápidamente me pongo en pié y veo que la próxima parada es “Queens
Plaza” Subo pausadamente las escaleras con la esperanza de coger un taxi que me
lleve directamente donde quiero ir y frente a la parada veo un centro de
estética que se llama “Algo... Bodie Care” No logro ver bien el nombre, me
acerco y veo la silueta de una mujer en el logotipo y definitivamente me decido
a entrar:
- Buenas tardes -me contesta una mujer tras un mostrador- ¿En que puedo
ayudarla?
- Pues me gustaría darme un capricho para el cuerpo -confieso distraídamente
mientras miro a mí alrededor. No tiene pinta de centro de belleza.
- ¿Completo?
- ¿Que precio tiene? -pregunto desconfiadamente.
- Un completo son 100 dólares durante una hora.
- ¿Integral? -pregunto sorprendida. Me parece realmente barato masaje,
flotación y tratamiento exfoliante.
- Si, claro. Completo -contesta de manera impertinente- ¿Mujer u hombre?
- Yo mujer -contesto sin entender muy bien por donde va la película.
- ¿Está borracha? -pregunta la señora sin ningún pudor- Aquí no queremos escándalos...
- ¿Yo?, para nada... Jet lag, eso es todo... acabo de llegar de un viaje de
negocios desde Tokio y por eso quiero un poco de relax - ¿Me habrá creído?, no
tengo pinta de venir de viaje.
- ¿Entonces quiere que se lo haga un hombre o una mujer? -pregunta con
insistencia- ¿Quiere mirar el catalogo?
- No, no... Póngame a la que mejor lo haga.
Descuelga el
teléfono y llama a una tal Katsumi. Me pide que la acompañe y abre una puerta
corredera que hay junto al mostrador. Al abrirla una corriente caliente
envuelve mi cuerpo, me muestra una especie de vestuario y me pide que guarde
mis cosas en una taquilla y que me ponga una toalla.
Como puedo,
pues aún me siento cargada, dejo mis pertenencias en la taquilla y me pongo la
llave atada a la muñeca. Salgo tranquilamente al pasillo y veo una flecha que
pone “jacuzzi”. Al llegar al borde veo que hay tres hombres que me observan de
manera extraña. Instintivamente sujeto con fuerza la toalla y durante unos
segundos dudo si meterme.
- Buenas tardes guapa –dice uno de ellos de una manera que me parece
asquerosa.
Me siento
violenta y me retiro tranquilamente. Como si hubiese olvidado algo en mi
taquilla. Cuando estoy de vuelta en el pasillo me encuentro con la masajista.
Educadamente me indica la sala de masajes:
- ¿Hace mucho que trabajas aquí? –pregunto intentando romper el hielo.
- Mucho –contesta con sequedad, probablemente porque no debe conocer bien
mi idioma- ¡todo fuera!, ¡Bragas Fuera! –me ladra con mala educación.
- Pero… -digo con debilidad sujetando con fuerza la toalla.
- ¡Bragas fuera para masaje!
- Vale, vale…
Lentamente
me revuelvo dentro de la toalla intentando quitarme la ropa interior sin
quedarme desnuda. Me siento intimidada y muy incomoda, mientras estoy montando
el numerito de striptease amateur me da un mareo y me caigo más allá de la
camilla. Avergonzada me pongo en pie y sonrío a la masajista esperando una
muestra de compasión y de repente dice:
- ¡Tiempo pasa!, Tú tumbarte venga.
Jamás había
sido tratada tan mal, ¡Sobretodo pagando! Me siento tan mareada que me tumbo y
me dejo hacer. Estando boca abajo me relajo y dejo que la masajista haga. Noto
como comienza a masajear mi espalda con las manos, siento como comienza a
deshacer los nudos de tensión que tengo en el cuello, comienza a acariciar
suavemente mis omoplatos, mi columna, la parte baja de mi espalda, mis muslos…
De repente
noto como posa su cuerpo sobre el mío. ¿Está desnuda?, creo que si. Puedo notar
su piel caliente sobre la mía. ¿Continuo borracha dormida en el metro o
realmente esto está pasando? El masaje aumenta la intensidad y comienzo a notar
como golpea sus pechos contra mi espalda. ¡¿Pero que tipo de sitio es este?!
- ¡Vuelta! –grita la masajista.
Todo se
comienza a nublar y un miedo irrefrenable me invade. Lentamente voy rotando
hasta que llego a estar completamente boca arriba. Tengo los ojos cerrados. Estoy
sudando y el corazón se me acelera. Poco a poco abro los ojos y es cuando casi
sufro un infarto. Sentada sobre mi, completamente desnuda la masajista hace
movimientos espasmódicos tratando de darme un masaje con su… ¡No puedo ni decirlo!
Automáticamente
y casi sin pensarlo me pongo en pie. Sin darme cuenta por el espanto me he
puesto en pie lanzando a la masajista al suelo. Entre la vergüenza, el miedo,
la rabia y el arrepentimiento recojo mi sujetador y las bragas y salgo
corriendo por el pasillo.
La masajista
me persigue gritando por el pasillo y de pronto… ¡Zas! Se me cae la toalla, y
los últimos metros hasta el vestuario los recorro desnuda. Con la mala suerte
de que en ese momento los cerdos salidos del jacuzzi avanzan en dirección hacía
donde voy. Creo que ahora si se me ha pasado el efecto de los margaritas.
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